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Yo no soy culpable. ¿Usted lo es?

Por Ramón Ortiz Aguirre

“Est miser nemo nisi comparatus naturem fallare grace est”
(Es grave intentar engañar a la naturaleza)
Séneca

Diariamente somos testigos de una serie de fenómenos naturales que nos alarman, pero no nos preocupamos por remediarlos de ninguna manera. Antes bien culpamos a todos los demás, principalmente al gobierno, mientras nos lavamos las manos de cualquier responsabilidad de la crisis ecológica en la que estamos inmersos. Otros son siempre los culpables del calentamiento global, de la inversión térmica, del efecto invernadero y de la contaminación de los suelos, de los acuíferos, de la atmósfera, de los ríos y de los mares.

Si lo vemos bien, no somos muy diferentes de Donald Trump, quien declaró en su pasada intervención de la ONU que todo lo que alertan los ambientalistas es una falsedad. Nosotros, como los Estados Unidos de Norteamérica, no nos deshacemos de nuestros hábitos depredadores y menos nos importa el daño que estamos haciendo al planeta. ¿Pensaremos los mexicanos, por ejemplo, que todo va a solucionarse con la intervención de la Virgen de San Juan o del Santo Niño de Atocha? Espero que no, porque los milagros no existen, nuestra única oportunidad de salvar el planeta es con la voluntad de estudiar, de cuidar, de trabajar y de luchar día con día para vivir en un mejor sitio con condiciones dignas de ser disfrutadas.

Diariamente somos testigos de una serie de fenómenos naturales que nos alarman, pero no nos preocupamos por remediarlos de ninguna manera. Antes bien culpamos a todos los demás, principalmente al gobierno, mientras nos lavamos las manos de cualquier responsabilidad de la crisis ecológica en la que estamos inmersos. Otros son siempre los culpables del calentamiento global, de la inversión térmica, del efecto invernadero y de la contaminación de los suelos, de los acuíferos, de la atmósfera, de los ríos y de los mares.

Si lo vemos bien, no somos muy diferentes de Donald Trump, quien declaró en su pasada intervención de la ONU que todo lo que alertan los ambientalistas es una falsedad. Nosotros, como los Estados Unidos de Norteamérica, no nos deshacemos de nuestros hábitos depredadores y menos nos importa el daño que estamos haciendo al planeta. ¿Pensaremos los mexicanos, por ejemplo, que todo va a solucionarse con la intervención de la Virgen de San Juan o del Santo Niño de Atocha? Espero que no, porque los milagros no existen, nuestra única oportunidad de salvar el planeta es con la voluntad de estudiar, de cuidar, de trabajar y de luchar día con día para vivir en un mejor sitio con condiciones dignas de ser disfrutadas.

Esto no podrá lograrse, tampoco, mientras no abandonemos la hipocresía y nos hagamos responsables de la contaminación que causamos. Esa es la manera más efectiva para demostrarnos como ciudadanos conscientes y preocupados por el bienestar de la humanidad. Es verdad que las grandes empresas son las que más contaminan y las que mayores e irreversibles daños causan a todo lo que nos rodea, pero no por eso son las únicas que deben entrar en acción para salvarnos.

Pensar que los gobiernos y las industrias son las únicas responsables del deterioro ambiental, es una posición cómoda que nos exime falsamente de cualquier culpa sobre la degradación de nuestro entorno. Por esta razón, me permito hacer a continuación un breve listado para tomar consciencia. Se trata del reconocimiento de algunas de nuestras mínimas acciones cotidianas que hacen muchísimo más daño ambiental del que suponemos:

  • Al llegar a casa o al colegio por los niños nos posesionamos del claxon del automóvil, buscando que por arte de magia aparezcan los infantes o nos salgan a abrir la puerta. De igual forma, pensamos que tocando desaforadamente el claxon en el semáforo, los coches adelante se moverán de pronto a la velocidad de la luz.
  • Usamos el coche hasta para el más mínimo viaje, incluidas las distancias cortas que no toman más que unos minutos a pie.
  • Durante esos trayectos en automóvil, solemos arrojar basura por la ventanilla, hasta la más mínima, como las colillas de cigarro o los pañuelos desechables.
  • En casa regamos o limpiamos la cochera y la calle con chorro de manguera sin considerar el volumen de agua que estamos desperdiciando.
  • Igualmente, sacamos a la calle la basura con horas o días de anticipación a que pase el camión de recolección.
  • Con respecto a la basura, no practicamos la separación de los residuos, por lo que tampoco reciclamos ni reutilizamos.
  • Arrojamos al drenaje los restos de pinturas, aceite, solventes y todos los líquidos que queremos desechar.
  • Cuando hacemos reuniones o festejos en casa, usamos siempre vasos y platos desechables. La mayoría de las veces, de unicel.
  • Al afeitarnos o lavarnos los dientes, dejamos correr el agua con libertad.
  • Consumimos mucho y de todo, sobre todo lo más novedoso aunque no tengamos necesidad.
  • Podamos árboles a lo salvaje.
  • Sentimos que mientras más fuerte escuchamos el estéreo o la radio más importante somos.

Estas clase de actitudes insignificantes y que hacemos día a día, afectan a nuestro planeta más de lo que creemos, tengamos o no conocimiento de la contaminación que estamos causando. Como éstas, hay muchas cosas de nuestro comportamiento diario que podemos cambiar fácilmente, consiguiendo impactar positivamente a nuestro planeta sin esfuerzo alguno.

Invito a todos mis lectores, a que se comprometan con al menos diez pequeños compromisos de cambio que ayuden a conservar la vida en este planeta llamado Tierra. Creo que si no asumimos nuestra responsabilidad y seguimos pensando que no somos culpables de la degradación ambiental (mucho menos porque vivimos en un estado gobernado por el mal llamado Partido Verde Ecologista), no conseguiremos salvar a nuestro planeta. Ojalá lo haga, porque al final de cuentas, debo aclararle que yo no soy culpable… pero usted, ¿lo es?

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