El Santuario de la Virgen de Guadalupe, testimonio de la devoción y perseverancia de un pueblo, tiene una historia marcada por la fe y la unión comunitaria. Su construcción inició el 5 de abril de 1945, cuando el Padre Xavier supervisó la colocación de la primera piedra de lo que sería la Catedral.
Un año después, el 12 de diciembre de 1946, se celebraron las primeras mañanitas a la Virgen de Guadalupe en este santuario, que, aunque en construcción, fue colmado por feligreses que abarrotaron sus calles aledañas. Decenas de antorchistas partieron desde la Parroquia Santiago de los Valles para llevar su luz y plegarias al santuario, marcando el inicio de una tradición que perdura hasta nuestros días.
En los primeros años, la devoción superó las limitaciones estructurales. Albañiles y obreros improvisaron un altar en el lado oriente del recinto, cubriéndolo con follaje y colocando al centro una imagen de la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, en diciembre de 1951, un incendio dañó el altar y destruyó la imagen. La señora María Concepción, testigo del siniestro, logró rescatar algunos objetos, pero no pudo salvar la imagen.
Ante esta pérdida, el Padre Xavier contactó al artista Luis Toral González, quien fue autorizado a estudiar de cerca el Ayate original de Juan Diego. Tras tres años de trabajo, el artista creó una copia fiel que mide 2 metros por 1.20 y cuyos rayos de resplandor están hechos de oro. Esta obra, financiada por la familia Gámez Santana con un costo de $2,500, fue colocada en un marco de madera de otate, material que simboliza la región y los andamios utilizados durante la construcción del santuario.
Finalmente, en 1954, la pintura fue colocada en el altar principal, sitio que ocupa hasta hoy, como un símbolo de la fe y la esperanza que une a la comunidad.
Cada 12 de diciembre, el Santuario de la Virgen de Guadalupe se convierte en un punto de encuentro para los fieles, quienes con oraciones, antorchas y música celebran a la Virgen, renovando una tradición que comenzó hace más de siete décadas. Este santuario no solo es un monumento arquitectónico, sino también un testimonio vivo de la espiritualidad y unidad de su gente.
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