
Desde la pandemia, los conciertos en streaming se convirtieron en una alternativa para artistas y fanáticos que buscaban mantener viva la conexión musical a distancia. Aunque las restricciones sanitarias ya quedaron atrás, esta modalidad continúa vigente y plantea una pregunta que muchos se hacen: ¿realmente vale la pena pagar por un concierto virtual?
Para algunos, la experiencia digital representa comodidad y accesibilidad. Poder ver a un artista desde cualquier parte del mundo, sin filas, sin traslados ni aglomeraciones, es una ventaja significativa. Además, muchas plataformas ofrecen grabaciones con alta calidad de audio y video, tomas cercanas, chats en vivo e incluso funciones interactivas que antes no existían en un concierto tradicional.
Sin embargo, otros cuestionan si estas transmisiones justifican el costo, especialmente cuando se pierde lo que muchos consideran lo más valioso de un concierto: la energía del público, la emoción compartida y el ambiente único del espectáculo en vivo. Para ellos, el streaming puede sentirse frío o carente de alma, sin importar cuán bien producido esté.
También influye el precio. Algunas entradas virtuales se acercan al costo de un boleto presencial, lo que genera expectativas altas sobre la calidad del contenido. A esto se suma la variedad de experiencias: mientras algunos shows ofrecen producciones innovadoras, otros simplemente replican un ensayo o una grabación sin mayores esfuerzos técnicos.
El valor de un concierto en streaming, entonces, depende del tipo de espectáculo, del artista y del público al que se dirige. Para muchos, sigue siendo una buena opción, especialmente cuando se trata de eventos exclusivos, íntimos o de difícil acceso geográfico. Para otros, la magia del concierto sigue estando en el escenario físico.