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Un llamado urgente a proteger la infancia

Por Estefanía López

Cada 4 de junio, el mundo conmemora el Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión, una fecha que nace de un episodio trágico: el sufrimiento de niños palestinos y libaneses durante el conflicto armado en Medio Oriente en 1982. Sin embargo, más allá del contexto bélico que le dio origen, esta jornada nos interpela profundamente sobre una realidad dolorosa y aún vigente: la vulnerabilidad de la infancia frente a todo tipo de violencia y abuso.

Sabemos que la agresión hacia los niños (ya sea física, emocional, sexual o por negligencia) deja huellas profundas, muchas veces invisibles, pero persistentes. La infancia es una etapa crítica del desarrollo humano: es allí donde se construyen los pilares de la identidad, la seguridad emocional, la confianza en los demás y en uno mismo. Cuando un niño es víctima de agresión, su mundo interno se fractura, y esas heridas pueden manifestarse en el futuro en forma de ansiedad, depresión, dificultades en las relaciones, trastornos del sueño, problemas de aprendizaje o incluso conductas autodestructivas.

El impacto del trauma infantil no es una herida que el tiempo cure por sí solo. Al contrario, si no se aborda con apoyo y contención, puede arraigarse en el sistema emocional y neurológico del niño. Estudios en neurociencia han demostrado que el estrés tóxico, como el que sufren niños expuestos a violencia o abuso constante, puede alterar la arquitectura cerebral y afectar su desarrollo cognitivo, emocional y social.

Frente a este panorama, la conmemoración del 4 de junio no debe limitarse a un acto simbólico o a una jornada de memoria. Debe ser un llamado urgente a la acción: a reforzar políticas públicas de protección infantil, a capacitar a los adultos para detectar señales de abuso, y sobre todo, a crear entornos seguros, amorosos y estables donde cada niño pueda crecer sin miedo.

Proteger a la infancia es una responsabilidad colectiva. Implica no solo reaccionar ante el daño ya hecho, sino prevenir. Esto se logra con educación emocional desde las primeras edades, con servicios de salud mental accesibles, con redes de apoyo a las familias en situación de vulnerabilidad, y con sistemas judiciales sensibles al trauma infantil.

También debemos aprender a escuchar más y juzgar menos. A menudo, los niños que han sido víctimas no tienen las palabras para contar lo que han vivido, pero sí muestran cambios en su conducta, y como adultos, debemos estar atentos a esas señales, brindar espacios de confianza y actuar con prontitud.

El 4 de junio no solo recuerda a los niños que han sufrido; nos recuerda también que aún estamos a tiempo de construir un mundo distinto. Un mundo donde cada infancia pueda ser vivida con dignidad, ternura y cuidado. Porque cuidar a un niño es cuidar el futuro.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

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