El otro día por la mañana pasó algo extraño. Ya eran las 7:00, Héctor me acompañaba en su clase de Biología (sí a las 7:00, es la escuela virtual ni pex). El ventanal detrás de nosotros nos mandó un estruendo fuerte como si hubiera sido golpeado por un balón.
Nos miramos, él asustado, yo sorprendido. Abrí la cortina, sobre el suelo del patio se «desapendejaba» un halcón mediano. Me miró, dio dos o tres saltos y luego voló a un barandal y de ahí, a una cerca que divide la casa de otra.
He leído algunas notas que hablan de que la fauna se ha internado en algunas ciudades, síntoma de la increíble capacidad que tiene la naturaleza de volver a recuperarse y resultado también de que nuestra inevitable depredación, ésa que nos ha llevado a robarles sus espacios naturales es una absoluta pérdida de tiempo.
Era como un recordatorio de que al final todo será de ellos. Se desorientó, se vio perdido en un cielo limpio y poco corrosivo; creo que el abundante blanco de los techos y la resolana que provoca le hizo perder el balance. No sé si fue una premonición, pero me hubiera gustado acariciarle.