
Hay personas que viven con el volumen emocional más alto que otras. Lo bueno se vive con entusiasmo desbordante, lo malo, con una profundidad que a veces abruma. Estas personas no “exageran”, simplemente sienten de manera más intensa. Y aunque esto puede ser un rasgo enriquecedor (porque da lugar a una sensibilidad especial, empatía profunda y creatividad) pero también puede convertirse en una carga si no se sabe manejar.
La intensidad emocional no es un error del sistema. Se entiende que hay múltiples razones por las que algunas personas experimentan las emociones con más fuerza. En parte, puede ser algo temperamental: algunas personas nacen con un sistema nervioso más reactivo, más sensible a los estímulos. También influye la historia de vida, especialmente en la infancia. Crecer en entornos inestables, emocionalmente impredecibles o con poco espacio para expresar lo que se siente puede dejar como huella una mayor reactividad emocional en la adultez.
Las personas emocionalmente intensas suelen tener una conexión directa entre lo que sienten y cómo lo expresan. A veces, esto se interpreta socialmente como “drama”, “exceso” o “debilidad”, lo que puede llevar a que estas personas crezcan sintiéndose inadecuadas o incluso avergonzadas por su forma de sentir. Sin embargo, la intensidad no es lo que lastima, sino la falta de herramientas para sostenerla.
Aquí es donde entra el trabajo de la regulación emocional, una habilidad que no siempre aprendemos de forma natural, pero que se puede desarrollar con práctica, consciencia y paciencia. Regular no es reprimir. No se trata de apagar la emoción, sino de aprender a entenderla, contenerla y expresarla de manera que no nos dañe ni dañe a los demás.
Algunas estrategias fundamentales para empezar este camino son:
- Reconocer sin juzgar: Lo primero es aceptar lo que sentimos sin etiquetarlo como “demasiado” o “incorrecto”. Toda emoción tiene una función y un mensaje.
- Respirar y pausar: La respiración consciente ayuda a que el sistema nervioso se regule, dando tiempo al cerebro emocional para calmarse antes de reaccionar.
- Nombrar la emoción: Ponerle nombre a lo que sentimos (“estoy frustrado”, “estoy triste”, “estoy sobrepasado”) nos da poder sobre la emoción, en vez de que ella tenga poder sobre nosotros.
- Cuestionar el pensamiento automático: Muchas veces, lo que alimenta la intensidad emocional no es solo el hecho en sí, sino la interpretación que hacemos. Aprender a mirar desde otra perspectiva puede aliviar la carga.
- Buscar apoyo emocional seguro: Hablar con alguien que no minimice lo que sentimos, o acudir a terapia, puede ser un punto de inflexión.
Sentir mucho no es una debilidad. Es una forma de estar en el mundo. Con las herramientas adecuadas, esa intensidad puede transformarse en una fortaleza poderosa, que nos conecta profundamente con nosotros mismos y con los demás. Aprender a gestionarla es, una responsabilidad y a la vez, un acto de amor propio.
Estefanía López Paulín
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