
Hay días en los que simplemente estamos tristes. Sin una razón concreta, o con demasiadas razones al mismo tiempo. Días en los que la energía baja, el pensamiento se vuelve nublado y hasta respirar parece costar más. En una cultura que constantemente nos empuja a ser productivos, felices y funcionales, estos días suelen ser vistos como errores, momentos que debemos apurar o ignorar. Sin embargo, desde una perspectiva más compasiva, estos momentos son profundamente humanos y también pueden ser valiosos si aprendemos a transitarlos con conciencia.
La tristeza no es un enemigo. Es una emoción natural que, como todas, tiene una función: nos invita a mirar hacia adentro, a procesar pérdidas, frustraciones o simplemente a detenernos cuando estamos sobrepasados. En lugar de resistirla, podemos empezar por darle un lugar. Decirnos “hoy me siento triste” sin juicio ni necesidad de cambiarlo de inmediato, ya es un acto de autocuidado emocional.
¿Qué podemos hacer un día así? Lo primero es permitirnos sentir. Validar lo que nos pasa sin minimizarlo ni sobreanalizarlo. Escribir lo que sentimos puede ser una forma de liberar y ordenar el mundo interno. A veces, poner en palabras la tristeza le da contorno, y eso ayuda a que deje de ocuparlo todo.
Después, podemos elegir pequeñas acciones que nos reconecten con el presente y con nosotros mismos. El autocuidado no siempre implica grandes gestos; a veces es simplemente tomar una ducha caliente, preparar una comida que nos gusta, caminar lentamente por un parque o acariciar a una mascota. Son formas sutiles de decirnos “estoy aquí para ti”.
El apapacho puede tomar la forma de un pijama cómodo, una manta suave, una canción que nos envuelve o una película que nos acompaña. Pero también es hablarnos con amabilidad, evitar la autocrítica y permitirnos hacer menos sin culpa.
A veces, el día triste necesita compañía. No necesariamente una conversación profunda, sino la presencia de alguien que sepa estar sin querer arreglarnos. Otras veces, la soledad elegida también es una forma de escucha. Lo importante es reconocer qué necesita realmente nuestro estado emocional, y no lo que creemos que «deberíamos» hacer.
Desde una mirada terapéutica, conectar con la emoción es el primer paso para dejarla ir. No se trata de aferrarnos a ella ni de expulsarla a la fuerza, sino de acogerla como se recibe a un visitante: preguntarle qué necesita, escuchar su mensaje y luego, cuando sea el momento, dejarla marchar.
Porque incluso los días tristes pueden ser días de cuidado, de pausa, de transformación silenciosa. Y tal vez ahí, en medio de la lentitud, descubramos algo: que no necesitamos estar bien todo el tiempo para estar en paz con nosotros mismos.
Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435