La determinación del sexo de un bebé es un proceso biológico que comienza en el mismo momento de la concepción. Aunque para muchas personas el sexo del bebé se revela hasta una ecografía o al nacimiento, este ya está definido desde el encuentro entre el óvulo y el espermatozoide.
Desde el punto de vista genético, el sexo de un bebé depende del par de cromosomas sexuales que aporta cada progenitor. Los seres humanos tienen un total de 46 cromosomas, organizados en 23 pares. Uno de estos pares —el par 23— determina el sexo biológico.
El óvulo materno siempre aporta un cromosoma X, mientras que el espermatozoide puede aportar un X o un Y.
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Si el espermatozoide aporta un cromosoma X, el bebé tendrá dos cromosomas X (XX), lo que biológicamente se traduce en sexo femenino.
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Si el espermatozoide aporta un cromosoma Y, el bebé será XY, lo que corresponde a sexo masculino.
Este proceso ocurre en las primeras horas después de la fecundación, antes de que el embrión comience a desarrollarse. Aunque los genitales externos no se forman sino hasta entre la semana 11 y 14 del embarazo, el material genético ya ha determinado el sexo del feto.
Actualmente, la tecnología permite conocer el sexo del bebé antes del nacimiento a través de métodos como:
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Ultrasonido (habitualmente entre las semanas 18 y 22 de gestación),
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Pruebas de sangre materna (como el test de ADN fetal a partir de la semana 10),
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y en casos específicos, procedimientos invasivos como la amniocentesis, que también permiten detectar trastornos genéticos.
Es importante señalar que el sexo biológico no debe confundirse con la identidad de género, que es una construcción psicológica y social relacionada con cómo una persona se identifica a sí misma.
El entendimiento científico sobre este proceso es clave para desmitificar conceptos erróneos y promover una visión informada sobre la diversidad biológica humana desde el inicio de la vida.
