
El cuerpo humano es una máquina sorprendente que se adapta constantemente para protegerse del daño. Uno de los mecanismos de defensa más comunes y visibles es la formación de callos. Los callos son zonas de piel engrosada que aparecen como respuesta a la fricción, presión o irritación constante. Aunque a veces pueden parecer molestos o poco estéticos, los callos cumplen una función importante: proteger la piel y los tejidos más profundos del daño.
El proceso de formación
Cuando una parte del cuerpo —como los pies o las manos— está sometida a una presión o roce constante, la piel responde engrosándose para evitar heridas. Este proceso se llama hiperqueratosis, y ocurre cuando las células de la capa externa de la piel (llamada epidermis) producen más queratina, una proteína que endurece la piel.
Por ejemplo, una persona que camina mucho con zapatos apretados o sin el calzado adecuado puede desarrollar callos en los pies. Del mismo modo, quienes trabajan con herramientas manuales —como jardineros, carpinteros o deportistas— pueden desarrollar callos en las palmas de las manos.
Callos y durezas: ¿son lo mismo?
Aunque suelen confundirse, hay una diferencia entre callos y durezas. Las durezas son áreas más grandes y planas de piel gruesa, mientras que los callos suelen ser más pequeños, redondos y a veces tienen un centro duro. Además, los callos pueden ser más dolorosos si presionan nervios o zonas sensibles.
Factores que influyen en su aparición
Varios factores pueden aumentar la probabilidad de que se formen callos:
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Calzado inadecuado: Zapatos muy ajustados, con tacón alto o sin soporte adecuado provocan presión en zonas específicas del pie.
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Actividad repetitiva: El uso continuo de herramientas o instrumentos puede irritar siempre las mismas zonas de la piel.
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Malformaciones o deformidades: Como los juanetes o dedos en garra, que alteran la forma en que el pie soporta el peso.
Prevención y cuidado
Aunque los callos no suelen ser peligrosos, es importante cuidarlos para evitar infecciones o molestias. Algunas recomendaciones para prevenir su formación incluyen:
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Usar calzado cómodo y del tamaño adecuado.
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Colocar protectores acolchados en áreas de fricción.
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Hidratar la piel para mantenerla suave.
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Evitar actividades repetitivas sin protección.
En casos donde los callos duelen mucho o interfieren con el movimiento, es recomendable acudir a un especialista, como un dermatólogo o podólogo, que puede tratarlos de forma segura.