
Durante décadas, se creyó que el cerebro humano era como una máquina rígida: una vez que se desarrollaba en la infancia, poco podía cambiar. Hoy sabemos que esto no es cierto. Gracias a la neurociencia, entendemos que el cerebro es plástico, es decir, capaz de cambiar su estructura y funcionamiento a lo largo de toda la vida. A esto se le llama neuroplasticidad.
La neuroplasticidad es la capacidad del sistema nervioso para reorganizarse formando nuevas conexiones neuronales. Esta cualidad permite que el cerebro se adapte a experiencias nuevas, aprenda habilidades, recupere funciones perdidas e incluso compense daños. No solo es una esperanza para quienes sufren lesiones neurológicas, sino también una poderosa herramienta para el crecimiento personal y el bienestar mental.
Aprendizaje
Cada vez que aprendemos algo nuevo (un idioma, un instrumento, una habilidad profesional) estamos modificando nuestros circuitos cerebrales. Al repetir una actividad, las conexiones entre las neuronas que participan en ella se fortalecen, haciendo más eficiente el proceso. Esta es la base del aprendizaje: “las neuronas que se activan juntas, se conectan juntas”.
Por eso, no solo importa cuánto practicamos, sino cómo lo hacemos. Dormir bien, mantener una alimentación adecuada y exponerse a desafíos cognitivos variados (como leer, resolver acertijos o interactuar con nuevas ideas) son formas de fomentar la plasticidad cerebral.
Recuperación tras una lesión
En personas que han sufrido un accidente cerebrovascular, por ejemplo, la neuroplasticidad permite que otras áreas del cerebro asuman funciones que antes realizaban las zonas dañadas. Con terapia y estimulación adecuadas, muchas personas logran recuperar habilidades motoras, del lenguaje o cognitivas que parecían perdidas. No se trata de milagros, sino de la sorprendente capacidad del cerebro para adaptarse y reaprender.
Salud mental y cambio emocional
La neuroplasticidad también se manifiesta en la psicoterapia. Al trabajar en nuestras creencias, emociones y comportamientos, estamos remodelando literalmente nuestras redes neuronales. Prácticas como el mindfulness o la terapia cognitivo-conductual pueden disminuir la activación de circuitos relacionados con el estrés, la ansiedad o la depresión, y fortalecer aquellos asociados al bienestar.
Esto significa que cambiar patrones de pensamiento negativos es posible, aunque cuesten al principio. Con tiempo, apoyo y persistencia, el cerebro aprende nuevas rutas.
Lejos de estar “condenados” por la biología o el pasado, la neuroplasticidad nos recuerda que el cambio es posible. Nuestro cerebro no es una máquina estática, sino un organismo dinámico que responde a nuestras acciones, experiencias y decisiones. Cultivar una mente abierta, activa y en constante aprendizaje no solo es útil: es profundamente transformador.
Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435