
Desde qué desayunar hasta cambiar de trabajo o elegir una pareja, pasamos el día tomando decisiones. Algunas son pequeñas y automáticas, otras nos quitan el sueño. Aunque solemos pensar que decidimos de forma racional, la psicología ha demostrado que en realidad, nuestro proceso de elección está influido por una compleja combinación de intuición, emociones, lógica y numerosos sesgos cognitivos.
El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, popularizó la idea de que usamos dos sistemas mentales al tomar decisiones. El Sistema 1 es rápido, automático, emocional e intuitivo. El Sistema 2, en cambio, es lento, analítico y racional. Si bien ambos sistemas trabajan en conjunto, muchas de nuestras decisiones cotidianas son tomadas por el Sistema 1, y luego justificadas por el Sistema 2.
Esto explica por qué a veces compramos por impulso, confiamos en “corazonadas” o cambiamos de opinión sin una razón lógica clara. La intuición no es mala; de hecho, en ciertas situaciones es eficaz, especialmente cuando tenemos experiencia o conocimiento profundo en un área. Pero también puede jugarnos en contra.
Los sesgos cognitivos
Los sesgos cognitivos son atajos mentales que usamos para simplificar la toma de decisiones, pero que pueden llevarnos a errores sistemáticos. Uno de los más comunes es el sesgo de confirmación, que nos lleva a buscar o interpretar información que respalde lo que ya creemos, ignorando datos que nos contradicen. Esto afecta desde decisiones personales hasta debates políticos y científicos.
Otro sesgo frecuente es el efecto anclaje, por el cual nos dejamos influenciar por la primera información que recibimos, aunque sea irrelevante. Por ejemplo, si te dicen que un producto solía costar $100 pero ahora vale $50, es más probable que lo compres, aunque tal vez su valor real sea mucho menor.
También está el exceso de confianza, que nos hace creer que nuestras habilidades o conocimientos son superiores a los reales. Este sesgo puede llevar a decisiones apresuradas o riesgos innecesarios.
Intuición vs. razonamiento lógico
La intuición puede ser útil cuando actuamos en entornos familiares o bajo presión de tiempo. Pero cuando se trata de decisiones complejas, con múltiples variables o consecuencias a largo plazo, es fundamental activar el razonamiento lógico.
El pensamiento crítico, el análisis de pros y contras, y consultar diversas perspectivas nos ayudan a evitar trampas mentales. Sin embargo, este tipo de razonamiento requiere más esfuerzo, tiempo y atención consciente, por lo que muchas veces lo evitamos.
¿Se puede aprender a decidir mejor?
Sí. Ser conscientes de nuestros sesgos, cultivar la autorreflexión y aprender a tolerar la incertidumbre son habilidades que se pueden desarrollar. También ayuda desacelerar el proceso, escribir nuestras opciones, hablar con alguien de confianza y preguntarnos: ¿estoy reaccionando o eligiendo con intención?
Tomar decisiones no es tan racional como creemos. Nuestra mente está llena de atajos y sesgos que, si no los reconocemos, pueden desviar nuestras elecciones. Comprender cómo decidimos no solo mejora nuestra vida personal, sino que nos hace ciudadanos más críticos, empáticos y responsables.
Estefanía López Paulín
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