
Un fallo de conexión detuvo la prueba interna más larga realizada con ChatGPT-5, justo cuando el modelo llevaba horas trabajando en una tarea. Para sorpresa de los ingenieros de OpenAI, el sistema retomó el proceso en el punto exacto donde se había detenido y lo completó en menos tiempo del previsto, sin ayuda externa.
La demostración de esta memoria prácticamente ilimitada —capaz de conservar interacciones pasadas, integrar datos personales y adaptarse al usuario— ha reavivado el debate sobre los límites y riesgos de la inteligencia artificial avanzada. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, describió el lanzamiento de ChatGPT-5 como un paso decisivo en la relación entre personas y máquinas, aunque insistió en que aún no se ha alcanzado una verdadera autonomía.
En paralelo, la compañía liberará dos modelos gratuitos, gpt-oss-120b y gpt-oss-20b, que podrán ejecutarse incluso en teléfonos de alta gama, y ofrecerá su servicio empresarial a agencias federales estadounidenses por un dólar al año.
Altman, que ha comparado este avance con el Proyecto Manhattan por su potencial disruptivo y la falta de regulación, advierte que el uso extendido de estas herramientas, sobre todo entre jóvenes que las emplean para planificar estudios o gestionar su día a día, exige límites claros. “Es poderosa, pero no sustituye el criterio humano”, ha reiterado.
OpenAI reconoce que en las primeras semanas podrían darse problemas de capacidad, situación que ya ha causado quejas entre usuarios. Para Altman, el reto no solo es técnico, sino ético: “Estamos redefiniendo lo que significa pensar, decidir y crear. Y debemos hacerlo con una responsabilidad inmensa”.
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