Columnas

La finitud de la vida

Reflexión de Día de Muertos

En estos días en que las calles comienzan a vestirse de cempasúchil y los altares emergen con fotos, velas y pan de muerto, la figura de la muerte vuelve a ocupar su lugar en nuestra cotidianidad. No como amenaza, sino como invitada. La tradición del Día de Muertos en México tiene una cualidad profundamente humana: no niega la muerte, la celebra. Y en ese acto simbólico hay una poderosa lección psicológica sobre cómo la conciencia de lo inevitable puede transformar nuestra forma de vivir.

La muerte es, sin duda, el gran tabú moderno. En una cultura obsesionada con la juventud, la productividad y el «vivir al máximo», hablar de la muerte suele parecer incómodo o incluso morboso. Sin embargo, negar la muerte solo empobrece nuestra experiencia vital. Como señaló el filósofo existencialista Martin Heidegger, el ser humano es un “ser-para-la-muerte”; es decir, somos conscientes de que vamos a morir, y esa conciencia nos distingue del resto de las criaturas. Pero más que condenarnos, nos ofrece una oportunidad única: darle sentido a nuestra existencia.

La psicología existencial ha explorado esta paradoja. Cuando nos enfrentamos a la finitud, muchas veces emergen preguntas que rara vez formulamos en la prisa diaria: ¿Estoy viviendo de acuerdo con lo que realmente valoro? ¿Amo lo suficiente? ¿Qué dejaré cuando me vaya? No es coincidencia que, tras experiencias cercanas a la muerte o pérdidas significativas, las personas reporten cambios profundos en su forma de ver la vida. Las prioridades se reordenan, los placeres simples adquieren más valor, y la superficialidad pierde atractivo.

El Día de Muertos, entonces, nos ofrece un respiro frente al olvido de lo esencial. Nos recuerda que la muerte no es lo opuesto a la vida, sino su parte inseparable. Nos invita a mirar con ternura a quienes se han ido, pero también a mirar con mayor presencia el momento que tenemos ahora. La flor que adorna el altar, el aroma del incienso, la comida compartida con los vivos y los muertos… todos son símbolos de una verdad simple: nada dura para siempre, y justamente por eso, todo es más valioso.

En psicoterapia, muchas veces se trabaja con esta idea: integrar la muerte a la vida, no como una sombra oscura, sino como una maestra silenciosa. Aceptar nuestra finitud no es rendirse, sino vivir con más intención.

Quizá por eso, al ver una calavera sonriente entre flores, sentimos algo más que nostalgia. Es como si, en esa imagen, la vida y la muerte se tomaran de la mano y nos recordaran que ambas forman parte de lo mismo: la aventura breve, intensa y profundamente humana de estar aquí, aunque sea por un momento.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
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