Columnas

La adicción digital

Cuando lo normal deja de ser sano

Vivimos en una época en la que estar conectados ya no es una opción: es casi una obligación tácita. Revisar el teléfono cada pocos minutos se ha vuelto tan común que difícilmente nos detenemos a cuestionarlo. Si alguien pasa horas deslizando contenidos en redes sociales, lo vemos como parte del ritmo moderno, no como un signo de alerta. Hemos normalizado una forma de adicción tan silenciosa que, precisamente por ello, se vuelve más peligrosa.

La adicción digital no surge de un vicio evidente, sino de una mezcla sofisticada de diseño tecnológico y vulnerabilidades humanas. Las plataformas están construidas para capturar nuestra atención mediante recompensas intermitentes: notificaciones inesperadas, “likes”, videos breves que liberan pequeños pulsos de dopamina, la misma molécula asociada a cualquier forma de recompensa. No es casualidad que cueste dejar de mirar la pantalla; está diseñado para que cueste.

Nuestro cerebro, que evolucionó para buscar señales de conexión y pertenencia, interpreta cada interacción digital como un gesto social significativo, aunque sea superficial. Así, terminamos atrapados en un ciclo en el que lo digital suple (o aparenta suplir) necesidades emocionales reales: reconocimiento, validación, compañía. La paradoja es que, cuanto más conectados estamos virtualmente, más aislados podemos sentirnos en la vida real.

El impacto en la salud mental es profundo. La exposición constante a vidas editadas y éxitos aparentes puede alimentar ansiedad, comparación, sensación de insuficiencia. La sobreestimulación permanente reduce nuestra capacidad de concentración y afecta el descanso. Incluso nuestras emociones se ven condicionadas por lo que ocurre dentro de la pantalla: una noticia alarmante, un comentario negativo, un video que nos invade sin pedir permiso. Y, sin darnos cuenta, vamos perdiendo la habilidad de estar solos con nuestros pensamientos sin buscar un escape inmediato.

Pero, aunque la tecnología tiene un enorme peso en este fenómeno, no se trata de demonizarla. Se trata de recuperar el control. La pregunta no es si la tecnología es buena o mala, sino quién está al mando: la herramienta o nosotros.

Superar una adicción digital no implica renunciar a lo digital, sino redefinir la relación con ello. Requiere, en primer lugar, reconocimiento, aceptar que existe una pérdida de control, por mínima que parezca. Luego, establecer límites concretos: horarios para revisar el teléfono, momentos del día sin pantallas, desactivar notificaciones que no son necesarias. También es útil crear “zonas libres de dispositivos” en casa o en el trabajo, espacios donde la presencia sustituya a la distracción.

Otro paso crucial es reconectar con lo analógico: recuperar actividades que no dependan de una pantalla (leer, caminar, conversar, crear) y permitir que la atención se expanda de nuevo. El aburrimiento, tan evitado hoy en día, puede convertirse en un aliado poderoso; es allí donde surge la creatividad, el descanso mental y la verdadera introspección.

Nuestro bienestar no necesita que dejemos la tecnología atrás, sino que dejemos de vivir sometidos a ella. Recuperar la atención es recuperar la vida interior. Y, en un mundo donde todos compiten por nuestra mirada, aprender a dirigirla conscientemente es un acto de libertad.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

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