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Sin protocolo para el miedo

El Netflix se ha convertido en uno de los mejores amigos estos días o en el más maldecido: ¡Ya no hay nada que ver en el Netflix, es una basura!

Better Call Saul es una especie de precuela de Breaking Bad (ambas son otro nivel de series americanas, junto a Fargo que es un chingonada también). Muestran a los gringos tal cual son: una sociedad en decadencia.

El problema es que mi mujer y yo, ávidos de acidez y humor negro de esas historias, se nos agotó la misma. La consumimos como adictos. No es que hayamos empezado a verla en esta cuarentena, comenzamos antes; pero ahora hay que esperar cada semana a que liberen un capítulo que nos lleve al sillón a liberar plácidamente endorfina y ver en qué pendejadas se habrá metido Jimmy (Saul), quien sin duda es un hombre de buen corazón.

Es frustrante, pero motivante a la vez, porque nos recuerda hace más de 5 años que veíamos Breaking Bad de media a noche a la una de la mañana en AXN, solo un día a la semana y quedábamos preñados de ansiedad de qué le pasaría Jessie Pinkman o al gran Heisenberg.

Me pasa una imagen de una cabeza que se mueve lentamente sobre el caparazón de una tortuga, a paso lento, sórdida y cruda, pero magistralmente retratada sobre el árido desierto de Arizona. El narco mexicano también hace sueños húmedos en muchos americanos.

No diré que son unos hipócritas porque se ha dicho al hastío (ya lo dije). Diré: qué bueno que el zoquete del Trump y sus bonos han bajado más de la mitad, es esperanzador para el mundo.

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