Europa experimenta veranos cada vez más largos y extremos, y aunque el calentamiento global es un factor conocido, aún faltaban respuestas precisas sobre el mecanismo que está extendiendo la estación cálida. Un nuevo estudio publicado en Nature Communications ofrece la explicación más sólida hasta ahora: la duración del verano europeo está controlada por la diferencia de temperatura entre el Ártico y el ecuador, un contraste que se ha reducido rápidamente en las últimas décadas.
La investigación reúne el análisis más extenso realizado sobre los veranos europeos, reconstruidos a partir de sedimentos anuales de dos lagos situados en Finlandia y el Reino Unido, capaces de conservar registros estacionales durante diez mil años. Estos datos, calibrados con registros meteorológicos modernos, permitieron estimar cuántos días de verano tuvo cada año del Holoceno.
Los resultados muestran un patrón claro: cuando el gradiente latitudinal de temperatura —la diferencia térmica entre el Ártico y el ecuador— es grande, el verano europeo se mantiene dentro de una duración “normal”. Pero cuando la diferencia disminuye, como ocurre actualmente por el acelerado calentamiento del Ártico, la estación cálida se prolonga debido a una circulación atmosférica más débil y mayor persistencia de bloqueos de aire caliente.
Según el estudio, Europa ya se encuentra en niveles de duración del verano comparables a los máximos registrados hace seis mil años, pero alcanzados ahora en apenas cuatro décadas. Las proyecciones indican que, incluso en un escenario de bajas emisiones, el continente podría sumar alrededor de 13 días de verano adicionales hacia 2100; en un escenario de altas emisiones, la extensión podría llegar a 42 días.
Los investigadores advierten que un verano más largo no implica necesariamente un clima más benigno: las estaciones extendidas concentran olas de calor persistentes, periodos secos prolongados y mayor inestabilidad en las precipitaciones, con impactos directos en la agricultura, la gestión del agua y los ecosistemas. El estudio subraya que comprender cómo evolucionaron las estaciones durante los últimos milenios permite anticipar con mayor precisión los efectos del cambio climático en Europa durante este siglo.