En el estado de Hidalgo, nació Ernesto Díaz Cadena, conocido por todos como “El Indio Facundo”, el 7 de noviembre de 1922. Su vida, marcada por la adversidad desde sus primeros años, es un relato que trasciende el tiempo, una odisea cargada de esfuerzo y amor por la música.
Huérfano desde joven, Ernesto se vio obligado a vivir con un tío que no le brindó el cariño que necesitaba. Sin embargo, a los 14 años tomó una decisión valiente: dejar su hogar en busca de un futuro mejor. Así comenzó su camino hacia Tamazunchale, donde el joven soñador anhelaba rehacer su vida. Pero el destino no había terminado de jugarle malas pasadas. Luego de una breve estancia en Reynosa, donde sobrevivió como vendedor ambulante y ayudante de panadero, encontró consuelo en el arte de bailar, llevando consigo una pequeña flauta de carrizo y un tambor. De este modo, cada nota y paso se convirtieron en una forma de ganar unos pocos pesos, pero, más importante aún, en un motivo para sonreír ante la adversidad.
La vida parecía comenzar a sonreírle cuando, en 1966, sus habilidades para bailar y tocar su tambor y flauta lo llevaron a ser reconocido en la feria de Ciudad Valles, cautivando a grandes y pequeños con su talento y carisma. Sin embargo, la felicidad duraría poco, pues la tragedia lo acechaba nuevamente. La enfermedad de su esposa, Rosa Alvarado, quien perdió la vista, sumió a Ernesto en un periodo de profundo sufrimiento. Sin recursos para su tratamiento, el dolor se convirtió en un compañero constante hasta la muerte de Rosa. A partir de ese momento, su vida se tornó más sombría, y él mismo enfrentó problemas de salud que culminarían en su fallecimiento el 18 de julio de 2007, en su hogar en la colonia Palma Sola.
A pesar de las dificultades, la esencia de Ernesto permaneció intacta. Su hijo Gerardo recuerda cómo, en los días soleados de Reynosa, se colocaba fuera de una tienda llamada Nuevo Mundo, tocando su flauta y tambor para atraer a la clientela. Aquellos momentos eran una mezcla de lucha y alegría; él decía: “No importa que no me paguen, con tal de ver a los niños felices, es mi mejor pago”. Esa filosofía de vida, centrada en la felicidad ajena, dejó una huella imborrable en aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo.
Hoy, a 103 años de su nacimiento, su legado perdura. Gerardo Díaz, junto a sus hermanos Silvestre y Mario, atesoran la memoria de su padre y agradecen a todas las personas que extendieron su mano solidaria durante sus años difíciles. La comunidad de Vallenses que lo amó aún guarda presente su música en el alma, y así, mientras viva en sus corazones, «El Indio Facundo» seguirá cantando y bailando en el cielo, inmortal en la memoria de quienes creen que la verdadera felicidad radica en hacer sonreír a los demás.
Fuente: Prof. Crescencio Martínez Candelario
Cronista Municipal

