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Empatía y comprensión:

El corazón invisible de la enseñanza

En la tarea de enseñar, solemos poner la atención en los métodos, los contenidos y las evaluaciones. Sin embargo, hay un componente esencial que a menudo queda en segundo plano, pero que sostiene silenciosamente todo el proceso educativo: la empatía. Desde una perspectiva psicológica, la empatía y la comprensión no son cualidades opcionales del buen docente; son habilidades fundamentales para una enseñanza verdaderamente transformadora.

La empatía, entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender sus emociones, pensamientos y necesidades, es clave para establecer un vínculo genuino entre el maestro y el estudiante. No se trata solo de «sentir lo que el otro siente», sino de responder de manera ajustada y sensible a esas emociones. Cuando un docente se acerca desde la comprensión, crea un ambiente seguro, donde los alumnos se sienten valorados, escuchados y respetados.

Desde la psicología del desarrollo, sabemos que el aprendizaje ocurre con mayor profundidad en contextos emocionalmente positivos. Daniel Goleman, en su teoría de la inteligencia emocional, destaca cómo las emociones afectan directamente la atención, la memoria y la motivación. Un alumno que se siente comprendido y apoyado, incluso en sus momentos de frustración o dificultad, tiene más probabilidades de persistir, arriesgarse a aprender y confiar en sus capacidades.

La empatía también permite al maestro adaptar su enseñanza a las necesidades reales del grupo. No todos los estudiantes aprenden igual, ni enfrentan las mismas realidades fuera del aula. La comprensión del contexto personal y emocional de cada alumno permite una pedagogía más inclusiva, que reconoce y valora la diversidad. Esta mirada personalizada no significa perder la objetividad, sino humanizar el acto educativo.

Además, en situaciones de conflicto o indisciplina, la empatía es una herramienta poderosa. Un enfoque punitivo puede imponer control a corto plazo, pero difícilmente transforma conductas. En cambio, un maestro que comprende lo que hay detrás de una reacción (miedo, frustración, inseguridad) puede intervenir de manera más efectiva y constructiva. La empatía no debilita la autoridad del docente, la fortalece desde el respeto y la coherencia.

Desarrollar esta capacidad no es tarea sencilla. Implica escucha activa, autoconocimiento y regulación emocional. El maestro también necesita espacios de contención, reflexión y formación para no saturarse emocionalmente y poder sostener una actitud empática en el tiempo. Porque comprender al otro empieza por comprenderse a uno mismo.

En última instancia, la enseñanza no es solo la transmisión de saberes, sino una relación humana cargada de significado. La empatía y la comprensión son los pilares que permiten que esa relación florezca y que el aprendizaje se vuelva realmente significativo. En cada gesto de escucha, en cada palabra de aliento, el docente siembra confianza, pertenencia y autoestima.

Y es que, como bien decía la pedagoga brasileña Nita Freire: “Sin empatía, la educación se convierte en una imposición. Con empatía, se transforma en un acto de amor”.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

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