
En el agrietado escenario político de San Luis Potosí, pocos actos han resultado tan reveladores, y a la vez tan indignantes, como el reciente registro de la senadora Verónica Rodríguez Hernández como candidata única a la presidencia del Comité Directivo Estatal del Partido Acción Nacional (PAN). Lo que debió ser un ejercicio democrático se convirtió, por segunda ocasión, en una simulación orquestada en la que Rodríguez aparece no como lideresa legítima, sino como beneficiaria de acuerdos oscuros, traiciones estratégicas y oportunismos reiterados.
El apodo con el que ya muchos la identifican, “La Judas Azul”, no es gratuito, pues lo largo de su trayectoria, ha demostrado una capacidad asombrosa para dar la espalda a quienes le han tendido la mano. Su ascenso político, más que fruto de una visión transformadora, ha sido consecuencia de su habilidad para camuflarse según la corriente, prometer lealtades que no cumple y usar a sus aliados como peldaños desechables. Así lo hizo con Xavier Azuara y, hace unos meses, con Enrique Galindo, quien, en esta ocasión, le vuelve a dar la mano a pesar de todas las señales de alarma que existen. Red flags, dirían los chavos.
Rodríguez Hernández no sólo le debe parte de su visibilidad política al alcalde de la capital, sino que se benefició de su estructura y apoyo para llegar, por ejemplo, al Senado de la República, sin embargo, como ya es costumbre en su estilo de operar, una vez conseguido el escalón, lo negó, lo ignoró y le incumplió varios acuerdos.
Este tipo de traiciones, aunque comunes en la fauna política, resultan especialmente indignantes cuando vienen de alguien que se ha autoproclamado defensora de los principios panistas. ¿Qué principios? ¿La lealtad, la honestidad, la vocación de servicio? Todos ellos han quedado reducidos a eslóganes vacíos en su discurso, carentes de sustancia y alejados de su práctica cotidiana.
El hecho de que su registro haya sido «único» tampoco es motivo de orgullo. Más bien, delata un proceso cerrado, controlado y excluyente, donde las voces críticas fueron silenciadas, las manos incómodas amarradas y las posibles candidaturas opositoras disuadidas antes siquiera de surgir. Lidia Argüello es claro ejemplo de esto. Lo ocurrido ayer fue un golpe más a la ya frágil credibilidad de Acción Nacional en el estado, que poco a poco, se desangra por las heridas internas que sus propios dirigentes siguen abriendo.
El PAN de San Luis Potosí no sólo se ha entregado a la simulación, sino que ha elegido, como estandarte, a alguien cuya principal habilidad ha sido la traición. El beso de Verónica Rodríguez a Enrique Galindo no es un gesto de unión ni de renovación: es la señal que marca el sacrificio de lo poco que queda del ideario panista en la entidad.
Cavilaciones:
Primera: Si alguien demostró, una vez más, su capacidad para movilizar votantes fue el gobernador Ricardo Gallardo con su movimiento político atrincherado en el Partido Verde. San Luis Potosí fue el tercer estado de la República con más asistencia a las urnas durante la jornada para elegir al nuevo Poder Judicial. Punto para el mandatario con la presidenta Sheinbaum.
Segunda: Por lo que respecta a Morena, pierde cada vez más su capacidad de operación política. En este proceso, los beneficiarios de becas y programas sociales dejaron ver que ya no les intimidan tanto las amenazas de los Servidores de la Nación, mientras que la presidenta del partido, Rita Ozalia Rodríguez, se anota otra derrota pese que tendrá, por lo menos, tres magistrados del Supremo Tribunal de Justicia a su servicio.
Tercera: Y en todo este ajetreo, un papel relevante tendrá, tanto la Fiscalía como las corporaciones de Seguridad, para estar vigilantes de lo que suceda en el Poder Judicial durante los tres meses que restan antes de su renovación con quienes fueron elegidos por el voto. Sobre todo, se deberá supervisar que, en este tiempo, las cosas marchen con normalidad y apego a la ley y que ninguno de los no fueron elegidos por los votantes intente cometer actos irregulares, que vayan en contra de los justiciables o que hagan de la justicia una moneda de cambio.