
Cada 12 de junio se conmemora el Día Internacional contra el Trabajo Infantil, una fecha que no solo busca visibilizar la explotación de millones de niños y niñas en el mundo, sino también recordarnos algo esencial: las infancias no deberían producir, sino crecer, jugar y aprender. esta realidad interpela profundamente, porque el trabajo infantil no es solo una violación de derechos humanos, sino también un trauma colectivo que afecta el desarrollo integral de quienes lo padecen.
La infancia es una etapa crítica en la construcción del psiquismo. Es el momento en que se forman la autoestima, el sentido de seguridad, la identidad y las habilidades socioemocionales. Cuando un niño trabaja, sobre todo en condiciones precarias, todo esto se ve interrumpido o distorsionado. La urgencia de sobrevivir reemplaza a la posibilidad de imaginar. El miedo toma el lugar del juego. La carga física y emocional sustituye al vínculo afectivo y educativo. En palabras simples: el trabajo infantil fractura la arquitectura psicológica de la infancia.
El trabajo infantil puede generar consecuencias profundas: ansiedad, depresión, trastornos del sueño, dificultades de aprendizaje, desconfianza en los adultos, y una sensación persistente de desamparo. Muchos niños trabajadores cargan con la falsa creencia de que valen solo si son útiles, si producen, si sacrifican. Esta autoexplotación emocional puede perpetuarse en la adultez en forma de dependencia, sobrecarga o culpa.
Además, el trabajo infantil suele ir acompañado de entornos de violencia, negligencia o pobreza estructural. La psicología no puede abordar este fenómeno sin considerar el contexto social y económico en el que se inserta. La salud mental infantil no se trata solo con terapia, sino con derechos garantizados: derecho a la educación, a una familia cuidadora, a una alimentación digna, a la protección del Estado. Donde no hay derechos, tampoco hay salud mental posible.
Pero también hay lugar para la esperanza. La psicología comunitaria, por ejemplo, ha demostrado que el acompañamiento psicosocial en comunidades vulnerables puede transformar vidas. Programas que fortalecen redes de cuidado, escuelas que contienen y no expulsan, espacios de juego y creatividad que devuelven a los niños su derecho a ser niños: todo eso también es psicología en acción.
Conmemorar este día no es solo denunciar, sino reparar. Y para reparar, primero debemos mirar. Mirar sin romantizar la “madurez” precoz, sin justificar la explotación con discursos de necesidad. Mirar con empatía y compromiso. Y entender que un niño que trabaja es un niño al que se le está negando el tiempo más sagrado de su vida: el tiempo de ser.
En última instancia, erradicar el trabajo infantil no es solo una lucha legal o económica; es una causa profundamente psicológica. Porque cada niño que vuelve a estudiar, a jugar, a imaginar y a confiar en los adultos, es una sociedad que comienza a sanar.
Estefanía López Paulín
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