
El cambio climático no solo transforma ecosistemas, altera el clima y afecta economías: también impacta profundamente nuestra salud mental. En los últimos años, ha emergido un fenómeno psicológico conocido como eco-ansiedad o ansiedad climática, un estado de angustia persistente provocado por la preocupación sobre el futuro del planeta. Este tipo de ansiedad, lejos de ser irracional, es una respuesta comprensible y legítima frente a una realidad global desafiante. Sin embargo, es posible abordar este malestar emocional de forma constructiva y resiliente.
Numerosos estudios han identificado cómo los efectos del cambio climático (como los desastres naturales, las sequías o los incendios) pueden generar síntomas de estrés postraumático, ansiedad, depresión y sentimientos de desesperanza. Pero incluso sin haber vivido directamente un evento climático extremo, muchas personas, especialmente jóvenes, reportan una preocupación constante por el medio ambiente. Según una investigación publicada en The Lancet Planetary Health (2021), más del 60% de los jóvenes encuestados en 10 países reportaron sentirse «muy» o «extremadamente» preocupados por el cambio climático, y muchos experimentan sentimientos de impotencia, tristeza y enojo.
No obstante, sentir ansiedad climática no es necesariamente negativo. De hecho, puede ser una señal de conexión con el mundo y un motor para el cambio. Desde una perspectiva psicológica, lo importante no es eliminar la ansiedad, sino aprender a gestionarla y canalizarla de forma saludable.
Una estrategia fundamental es la acción con sentido. Numerosos estudios indican que el compromiso activo en causas ambientales —desde reciclar y reducir el consumo hasta participar en movimientos sociales— puede reducir significativamente la ansiedad y aumentar la sensación de autoeficacia y control. En psicología, se conoce como activismo empático, una forma de transformar emociones difíciles en acciones positivas, fortaleciendo el bienestar personal y colectivo.
Además, es clave cultivar la esperanza activa, una postura que combina la aceptación de la realidad con la confianza en que el cambio es posible. Esta esperanza no es ingenua, sino una decisión consciente de enfocarse en soluciones, avances tecnológicos, iniciativas comunitarias y políticas sostenibles que ya están en marcha en todo el mundo.
Otra herramienta útil es la conexión con la naturaleza. Pasar tiempo en entornos naturales, incluso en espacios urbanos verdes, ha demostrado reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y restaurar la atención mental. Esta conexión refuerza el vínculo emocional con el planeta, recordándonos por qué vale la pena cuidarlo.
Por último, el apoyo social y el diálogo abierto sobre el tema son fundamentales. Hablar con otras personas que comparten las mismas preocupaciones genera alivio, validación emocional y sentido de pertenencia. En este sentido, la psicología comunitaria ofrece marcos para crear redes de contención y acción colectiva frente a crisis globales.
Aunque el cambio climático plantea desafíos reales para la salud mental, también es una oportunidad para desarrollar resiliencia, conciencia y propósito. Cultivar la esperanza, actuar con compromiso y cuidar de nuestro bienestar emocional son pasos fundamentales no solo para afrontar la ecoansiedad, sino también para construir un futuro más sano, justo y sostenible.
Estefanía López Paulín
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