Columnas

El arte del acompañamiento

Estar sin invadir, sostener sin resolver

Vivimos en una cultura que nos impulsa a dar respuestas, soluciones, consejos. Ante el dolor o las crisis de los demás, solemos sentir una urgencia de hacer algo: decir la palabra justa, proponer una salida, intervenir. Pero a veces, lo que más necesitan quienes atraviesan un momento difícil no es que les digan cómo sanar, sino simplemente que alguien se quede a su lado mientras duele.

Desde la psicología, esto tiene un nombre profundo y poderoso: acompañamiento emocional. No se trata de intervenir, resolver ni dirigir el proceso del otro. Acompañar es estar. Es sostener con presencia y escucha. Es ofrecer una compañía segura en medio del caos, sin pretensiones de control.

Este tipo de acompañamiento requiere una cualidad emocional poco valorada pero esencial: la tolerancia a la incomodidad. No es fácil ver llorar a alguien que amamos, o escuchar su desesperanza, sin sentirnos impulsados a cortar ese malestar con frases como “todo pasa”, “échale ganas” o “no pienses en eso”. Y aunque esas frases suelen venir desde la buena intención, a menudo cierran más de lo que abren, silencian más de lo que alivian.

Acompañar es, en cambio, un acto de humildad. Implica reconocer que el dolor del otro no nos pertenece y que, por tanto, no nos toca resolverlo. Lo que sí podemos hacer es abrir un espacio donde ese dolor tenga lugar, sin juicios ni prisa, con respeto y paciencia.

Numerosos estudios en psicología humanista y sistémica han demostrado que la presencia empática tiene un poder transformador. Carl Rogers, pionero de la terapia centrada en la persona, decía que uno de los mayores catalizadores del cambio no era la técnica, sino la escucha genuina, profunda, sin juicio. Esa presencia, cuando es auténtica, ayuda al otro a sentir que no está solo, que su dolor tiene un testigo, que su experiencia importa.

En un mundo hiperconectado pero emocionalmente aislado, el arte del acompañamiento es también una forma de resistencia. Es construir redes afectivas reales, donde no solo estamos disponibles para los momentos alegres, sino también para los oscuros. Donde no exigimos que los demás se recompongan rápido, sino que les damos el espacio para transitar su proceso, a su ritmo.

Acompañar es mirar al otro con compasión, no con lástima. Es decirle, con nuestra actitud: “No tengo todas las respuestas, pero aquí estoy. No te puedo quitar el dolor, pero no vas a atravesarlo solo.”

Al final, acompañar es un acto profundamente humano. Y todos, tarde o temprano, necesitaremos de alguien que lo sepa hacer.

 

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

Botón volver arriba