
Cada otoño, miles de ardillas en el mundo se embarcan en una misión frenética: recolectar y enterrar frutos secos para sobrevivir al invierno. Lo que parece una costumbre simpática es, en realidad, una hazaña cognitiva asombrosa. Estos roedores no solo esconden comida, sino que recuerdan con precisión dónde la dejaron. Hasta un 95 % de las veces.
Lejos de hacerlo al azar, las ardillas aplican un complejo sistema de clasificación, memoria espacial y estrategias de almacenamiento que ha sorprendido a la ciencia. Diversos estudios han confirmado que estas pequeñas arquitectas del bosque organizan sus reservas por tipo de fruto, eligiendo cuidadosamente el sitio de cada escondite como si trazaran un mapa mental del terreno.
Aunque por mucho tiempo se creyó que el olfato era su principal guía, hoy se sabe que las ardillas usan principalmente la memoria espacial y pistas visuales para localizar sus escondites. Incluso cuando los entierran bajo la nieve o en terrenos modificados, suelen dar con sus tesoros gracias a referencias visuales y organización por zonas.
Además, emplean una técnica conocida como chunking, que consiste en agrupar objetos por categorías para facilitar su recuerdo, como si usaran carpetas mentales. También se ha observado que evalúan la calidad del alimento antes de enterrarlo, rascando las cáscaras para asegurarse de que están en buen estado.
No todo es perfecto: se estima que entre el 5 % y el 10 % de los alimentos enterrados nunca son recuperados. Pero esta aparente falla tiene un gran valor ecológico. Las nueces olvidadas pueden germinar y convertirse en árboles, haciendo de las ardillas sembradoras involuntarias y fundamentales para la regeneración de muchos bosques.
El arte de esconder comida no es exclusivo de estos roedores. Aves como el cascanueces americano y el pájaro carpintero bellotero almacenan miles de semillas o bellotas cada temporada, y recuerdan con precisión dónde están, incluso bajo capas de nieve.
Estas habilidades compartidas entre aves y mamíferos revelan una verdad fascinante: la inteligencia no siempre necesita palabras. A veces se mide en frutos enterrados, escondites bien planificados y mapas invisibles que existen solo en la mente de quienes los crearon.