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[TESTIMONIO] La batalla invisible: vivir con ansiedad y elegir resistir

Y porque aunque mi mente a veces me haga creer lo contrario, sé que no estoy sola. Tú tampoco lo estás

Hola, soy Sandra.

Quiero hablar desde lo más honesto de mí, porque muchas veces he callado lo que siento, y ese silencio pesa más que cualquier palabra.

Vivir con ansiedad no es fácil. Es una batalla constante que no se ve, pero que me acompaña día tras día. Es sentir un nudo en la garganta que me corta el aire y no me deja hablar. Es la presión en el pecho y en el cuello, el ardor en los brazos, los temblores en las manos, la sensación de que algo malo va a pasar aunque nada esté sucediendo. Es ese impulso de querer correr, huir, escapar de la realidad cuando me da un ataque de pánico.

Lo más duro es que, cuando alguien me dice “tranquila, todo va a estar bien”, mi mente no lo entiende. Porque la ansiedad crea un mundo aparte, un mundo en el que todo se siente más grande, más oscuro, más aterrador. Un mundo en el que mis pensamientos no paran y se van muy lejos, al punto de convencerme de que no voy a estar bien. Y aunque quisiera creer esas palabras de aliento, mi cabeza me grita lo contrario.

He tenido pensamientos que me han asustado mucho. Pensamientos que me hicieron entender el dolor tan profundo de quienes deciden quitarse la vida. No porque sea lo que realmente quieran, sino porque están cansados de luchar en silencio, porque sienten que no hay salida, porque piensan que nadie los escucha o los entiende. Y yo sé lo que se siente estar ahí, sé lo que es pelear contigo misma y sentir que no puedes más.

Lo más triste es que muchas veces, cuando más necesitas a la gente, no están. Algunos se alejan, otros juzgan, y no faltan los que minimizan lo que te pasa diciendo que “es mental” o que “no es para tanto”. Y sí, la ansiedad está en la mente, pero se siente en todo el cuerpo. No es solo una enfermedad mental: es una guerra interna, un combate que desgasta el alma y que te hace sentir prisionera de ti misma.

Creo que una de las consecuencias de haber lucido tan fuerte tanto tiempo es que la gente cree que siempre puedo con todo. Que no me quiebro, que aguanto, que soy fuerte. Pero la verdad es que muchas veces me he roto por dentro mientras sonreía por fuera. Y eso duele. Porque aunque intento ser fuerte, yo también necesito un abrazo, un “aquí estoy”, un hombro donde descansar un poco mi carga.

Aun así, he aprendido que hablarlo es un acto de valentía. He aprendido que no estoy completamente sola. Mi familia y mis amigos han sido parte de esa luz en medio de tanta oscuridad. Tal vez no siempre tengan las palabras correctas, pero su compañía, un mensaje inesperado o un gesto de amor me han recordado que mi vida tiene valor. Ellos, junto con mis sueños y con la esperanza de que mañana puede ser distinto, son las razones que me hacen seguir adelante, incluso en los días más difíciles.

Hoy, en el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, quiero alzar mi voz. Por mí y por todos los que han sentido lo mismo. Porque sé que no soy la única que ha llorado en silencio, que ha sentido miedo de sí misma o que se ha escondido detrás de una sonrisa.

Quiero recordarte —y recordarme— que nuestra vida importa. Que aunque cada día se sienta como una montaña por escalar, siempre existen motivos para resistir: nuestra familia, nuestros amigos, los sueños que aún no cumplimos, y la posibilidad de un mañana diferente al que imaginamos en los momentos más oscuros.

💛 Hoy hablo porque callar duele más. Porque hablar puede salvarnos. Porque acompañar, escuchar y abrazar sin juzgar puede salvar la vida de alguien que está a punto de rendirse.

Y porque aunque mi mente a veces me haga creer lo contrario, sé que no estoy sola. Tú tampoco lo estás.

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