Cada 11 de noviembre se celebra el Día Internacional del Soltero, una fecha que, más allá del humor o del marketing, puede invitarnos a reflexionar sobre una habilidad emocional poco enseñada, pero profundamente necesaria: aprender a estar solos y disfrutar de la vida sin depender de la presencia constante de otros.
En psicología, la soledad elegida (diferente a la soledad impuesta o el aislamiento) es considerada una oportunidad para el autoconocimiento. Estar solo no siempre implica sentirse solo. De hecho, las personas capaces de disfrutar de su propia compañía suelen experimentar una mayor estabilidad emocional, autonomía y claridad en sus decisiones. Aprender a convivir con uno mismo es, en cierto modo, un ejercicio de madurez emocional: implica reconocer nuestras necesidades, aceptarlas y encontrar formas sanas de satisfacerlas sin esperar que otro lo haga por nosotros.
Sin embargo, la sociedad moderna no facilita este aprendizaje. Vivimos en una era de hiperconexión, donde el silencio se percibe como vacío y el tiempo sin compañía se interpreta como señal de fracaso. Las redes sociales nos empujan a compararnos, a buscar validación constante y a temerle al espacio personal. Pero el verdadero bienestar no surge de la constante interacción, sino del equilibrio entre estar con otros y estar con uno mismo.
Estar solos nos ofrece la posibilidad de escucharnos sin distracciones. En ese silencio interior emergen emociones que muchas veces reprimimos: miedo, tristeza, ansiedad. Afrontarlas no es fácil, pero hacerlo nos fortalece. La introspección permite descubrir quiénes somos más allá de los roles sociales que desempeñamos: pareja, amigo, profesional, hijo. Cuando nos damos permiso para estar solos, dejamos de huir de nosotros mismos y empezamos a construir una relación interna más compasiva y honesta.
Disfrutar de la vida en soledad también es un acto de libertad. Significa poder decidir qué queremos, a qué ritmo, con qué propósito. Podemos disfrutar de un café en silencio, viajar sin compañía, aprender algo nuevo o simplemente contemplar. Estos momentos de conexión con uno mismo fortalecen la autoestima y nos preparan para establecer vínculos más sanos. Porque quien se siente completo a solas, elige compartir su vida desde la abundancia y no desde la carencia.
El 11 de noviembre, entonces, puede ser más que una celebración de la soltería; puede ser una invitación a reconciliarnos con la soledad, a perderle el miedo y a entenderla como un espacio fértil para el crecimiento personal. Aprender a estar solos no significa renunciar al amor o a la compañía, sino aprender a disfrutarlos sin perder la esencia individual.
Estar solos es un arte. Y como todo arte, requiere práctica, paciencia y sensibilidad. Quizás el mayor regalo que podamos hacernos este Día del Soltero sea aprender a disfrutar de nuestra propia compañía, reconociendo que la felicidad no se encuentra afuera, sino en la paz de habitar plenamente en nosotros mismos.
Estefanía López Paulín
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