
Es considerada una de las cocineras tradicionales mas respetadas, no solo de México, sino de todo el mundo. Se nutre de su pasado, de sus tradiciones culturales y de su entorno. Su arte se convierte en un homenaje a Oaxaca.
Originaria de Teotitlán del Valle, Oaxaca, Abigail Mendoza ha logrado conquistar los paladares mas exigentes del mundo, ganándose así el cariño y reconocimiento de todo un país. Es la primera mujer de diez hermanos, y desde pequeña encontró el gusto por la cocina, al recibir a los cinco años un metate regalo de su padre. A los 6 años ya molía granos de maíz para alimentar a los pollos.
Cuando cumplió 16 años, ya preparaba chocolate-atole. Cuando se realizaban las fiestas anuales de su pueblo, entre ella y sus hermanas colaboraban en la preparación de toda la comida que se ofrecía a los habitantes : la molienda, el tejate, los chiles, el chocolate-atole, el cual solo se ofrecía durante las fiestas patronales. En esa labor descubrió el gusto por nutrir a sus amigos, familiares y extraños.
Al cumplir 25 años, soñaba con abrir una cafetería, pero gracias a la motivación de su padre, uno de los tejedores mas reconocidos de su pueblo, terminó abriendo un restaurante. En un par de años, en 1993, su restaurante llamado Tlamanalli, que significa Dios de la comida en náhuatl, sería reconocido por The New York Times como uno de los 10 mejores restaurantes del mundo. Gracias a esas reseñas, su éxito se vió acelerado, y se posicionó en el centro del escenario gastronómico mundial.
Si la gente de afuera enaltece la gastronomía nacional, ¿por qué nosotros no? Tenemos mucho para compartir, mostrar y dar a probar a la gente, nuestra riqueza gastronómica es enorme.
En los primeros años de Tlamanalli, Abigail recuerda como las mesas estaban siempre ocupadas por turismo extranjero. Pero poco a poco eso empezaría a cambiar. “Si la gente de afuera enaltece la gastronomía nacional, ¿por qué nosotros no?”, se pregunta. “Tenemos mucho para compartir, mostrar y dar a probar a la gente, nuestra riqueza gastronómica es enorme, por eso tenemos que seguir trabajando, para mostrarla”, dice Abigail sobre la intención que pone detrás de sus platillos.
Por más de 25 años, Abigail se ha dedicado a difundir su conocimiento, convirtiéndose en maestra y ejemplo para muchas otras mujeres y hombres interesados en aprender y entender tanto la técnica, como la sabiduría de la cultura zapoteca expresa en su cocina tradicional.
Sin embargo, cuando la cocina implica una entrega absoluta de amor y de vivencias, se vuelve un acto sagrado. “Siempre lo he dicho y lo diré, la cocina oaxaqueña es alta cocina”, dice gustosa.
Saltándose otro de los roles esperado que vienen con el género, el de madre, Abigail decidió no tener hijos, y hoy a sus 58 años, define la maternidad bajo sus propios términos. “Mis libros, mis vivencias, mis recetas, esos son mis hijos, mediante ese trabajo estoy pasando a otras generaciones lo que hice y así sigue vivo”, asegura. “Me siento madre de mi familia, mi ciudad, mi pueblo, de mis sobrinos y de mi México, que es todo para mí”.
Con información de : Vogue