A medida que el reloj se acerca a la medianoche del 31 de diciembre, los hogares mexicanos se transforman en escenarios de una rica herencia culinaria que fusiona tradición e historia. En el centro de la celebración destacan cinco clásicos indiscutibles: el pavo relleno, que suele ser la estrella de la noche con diversas preparaciones regionales; los romeritos con mole, un platillo de origen prehispánico; el bacalao a la vizcaína, herencia de la época colonial; el lomo de cerdo en adobo o ciruela pasa; y la refrescante ensalada de manzana, que aporta el toque dulce necesario para equilibrar los sabores intensos de la cena.
La preparación de estos manjares es un ritual que comienza días antes, movilizando a familias enteras hacia los mercados locales en busca de los ingredientes más frescos. Mientras que el bacalao y los romeritos son favoritos en el centro del país por su complejidad y simbolismo, el lomo y el pavo ganan terreno en diversas regiones como símbolos de abundancia. No se puede olvidar el acompañamiento del ponche de frutas caliente, una bebida reconfortante que perfuma las casas con aromas de canela, tejocote y guayaba durante toda la velada.
Finalmente, la cena de Año Nuevo en México trasciende lo puramente gastronómico para convertirse en un acto de unidad y esperanza. Además del festín principal, la tradición dicta el consumo de las doce uvas al ritmo de las campanadas, representando deseos para cada mes del ciclo que comienza. Con esta combinación de sabores dulces, salados y picantes, los mexicanos cierran el año celebrando una identidad cultural que se mantiene viva a través del paladar y el calor del hogar.
