Matehuala es una ciudad que se entiende mejor cuando se recorre sin prisas y se escucha a su gente. Enclavada en el Altiplano Potosino, ha sido históricamente un punto de paso, de encuentro y de trabajo en una región donde la vida nunca ha sido sencilla. Su origen se remonta al siglo XVI, cuando la expansión española hacia el norte de la Nueva España encontró en este territorio un sitio estratégico para el comercio y la minería. Desde entonces, Matehuala comenzó a formarse como una población ligada a los caminos, a las haciendas y a los reales de minas, con una identidad marcada por el esfuerzo cotidiano y la capacidad de adaptación.
Durante la época colonial y buena parte del siglo XIX, la minería fue el eje que impulsó su crecimiento. Alrededor de esta actividad se desarrollaron oficios, comercios y una dinámica social intensa que atrajo a personas de distintos lugares. La ciudad fue creciendo poco a poco, sin lujos, pero con una vida económica activa que la colocó como un referente del Altiplano. En distintos momentos del siglo XIX, Matehuala también tuvo un papel relevante en la historia nacional, particularmente durante la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa, cuando su ubicación la convirtió en un punto estratégico y de resistencia republicana, un hecho que aún forma parte del orgullo local.
El cambio más profundo llegó con la llegada del ferrocarril, a finales del siglo XIX. El tren transformó la vida de la ciudad de manera definitiva: conectó a Matehuala con otras regiones del país, facilitó el comercio y permitió un mayor movimiento de personas e ideas. A partir de ese momento, la ciudad comenzó a crecer con mayor orden, se ampliaron sus barrios y se consolidó como un centro urbano clave del norte potosino. El ferrocarril no sólo dejó infraestructura; dejó memoria, identidad y una forma particular de entender el progreso.
Matehuala ha sido también tierra de formación. A lo largo del tiempo, de sus aulas y de sus calles han surgido maestros, médicos, artistas, músicos y profesionistas que han contribuido al desarrollo del estado y del país. Sin ser una ciudad estridente, ha mantenido una vida cultural constante, sostenida por instituciones educativas, espacios públicos y una comunidad que valora el conocimiento como una herramienta de movilidad social. La educación ha sido, para muchas familias, una apuesta silenciosa pero firme por un futuro mejor.
En lo económico, la ciudad ha vivido una transición constante. Con el declive de la minería, Matehuala supo diversificar sus actividades hacia el comercio, la industria manufacturera y los servicios. Hoy funciona como un centro regional que concentra hospitales, escuelas, mercados y servicios para municipios vecinos como Cedral, Villa de la Paz y Vanegas. Esta condición le ha permitido mantenerse vigente, aunque también le ha planteado retos relacionados con el crecimiento urbano, el empleo y la infraestructura.
Un rasgo que define profundamente a Matehuala es su relación con la migración. Desde mediados del siglo XX, miles de matehualenses han emigrado, principalmente a Estados Unidos, en busca de mejores oportunidades. Lejos de romper el vínculo con su tierra, la migración lo fortaleció. Los paisanos siguen presentes a través de las remesas que sostienen economías familiares, del apoyo a obras comunitarias y de su participación en fiestas patronales y tradiciones locales. Matehuala es una ciudad que se extiende más allá de sus límites geográficos, sostenida también por quienes la recuerdan desde lejos.
El título de “Ciudad de las Camelias” tiene un origen entrañable y profundamente ligado a la vida cotidiana. A finales del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX, la camelia se convirtió en una flor emblemática de la ciudad. Era común verla en jardines, patios y plazas, cuidada con esmero por las familias como símbolo de belleza y orden. Con el tiempo, la camelia terminó por representar el carácter matehualense: sobrio, resistente y capaz de florecer incluso en condiciones difíciles. Esa imagen quedó grabada en la memoria colectiva y pasó a formar parte del orgullo local.
Hoy, Matehuala es una ciudad que ha cambiado su rostro, pero no su esencia. Ha crecido, se ha expandido y enfrenta problemas propios de los tiempos actuales, pero conserva un fuerte sentido de identidad. Su historia no se encuentra sólo en los libros o en los archivos, sino en sus calles, en sus barrios y en la memoria de su gente. Matehuala no es una ciudad que se explique con una sola frase; es una ciudad que se entiende sumando historias, esfuerzos y generaciones que, pese a todo, han decidido seguir llamándola hogar.