Columnas

El miedo al cierre de año

Cuando el calendario despierta ansiedad

Para muchas personas, el cierre de año no llega acompañado de celebración, sino de una inquietud difícil de nombrar. Mientras el entorno invita a hacer balances y brindar por lo vivido, internamente puede surgir una sensación de ansiedad, incomodidad o incluso miedo. Lejos de ser una reacción aislada, este malestar tiene raíces psicológicas profundas y nos habla de la forma en que nos relacionamos con el tiempo, las expectativas y nuestra propia historia.

El fin de año funciona como un marcador simbólico. El calendario nos enfrenta a una evaluación implícita: qué logramos, qué dejamos pendiente y quiénes somos al comparar lo que soñamos con lo que realmente ocurrió. Desde la psicología, sabemos que este tipo de evaluaciones puede activar la autocrítica y el pensamiento comparativo, especialmente en sociedades que valoran el rendimiento, el progreso constante y los resultados visibles. Así, el cierre de año puede vivirse como un juicio interno más que como un simple cambio de fecha.

La ansiedad aparece cuando sentimos que el tiempo se “acaba” o que no hicimos suficiente con el año que termina. Pensamientos como “debería haber avanzado más” o “otra vez pasó el año y sigo en el mismo lugar” generan una presión emocional que no siempre se expresa en palabras, pero sí en el cuerpo: inquietud, tensión, dificultad para descansar o una sensación persistente de insatisfacción. Este miedo no siempre está ligado a hechos concretos, sino a expectativas internas poco realistas.

Además, el cierre de año suele intensificar la comparación social. Las narrativas de logros, viajes y cambios personales que circulan en redes sociales refuerzan la idea de que todos avanzan, menos uno. Esta comparación constante erosiona la autoestima y profundiza la sensación de estar “atrasados”, cuando en realidad cada proceso personal tiene ritmos y tiempos propios.

Sin embargo, esta ansiedad también puede convertirse en una oportunidad. El malestar, lejos de ser un enemigo, puede funcionar como una señal que invita a detenernos y escuchar. Convertir el miedo al cierre de año en una instancia de reflexión implica cambiar la pregunta: en lugar de “¿qué me faltó lograr?”, preguntarnos “¿qué atravesé?”, “¿qué aprendí?”, “¿qué sostuve incluso en medio de la dificultad?”. Este cambio de enfoque permite una evaluación más humana y compasiva.

Desde la psicología, se propone resignificar el cierre como un proceso, no como un veredicto. Reflexionar no es castigarnos por lo que no fue, sino integrar la experiencia vivida. Reconocer avances invisibles (emocionales, internos, vinculares) puede aliviar la ansiedad y devolverle sentido al recorrido.

El cierre de año no tiene por qué ser una fuente de miedo. Puede transformarse en un espacio de pausa consciente, donde honramos lo vivido sin exigencias extremas. A veces, atravesar el año fue el mayor logro. Y reconocerlo, quizás, sea el primer paso para empezar el siguiente con mayor calma y claridad.

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
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