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Elucubraciones: Generación Z con canas y el hartazgo social

Por El Gato Filósofo

Por más esfuerzo que se haga para disfrazar la realidad, hay momentos en que el país se encarga de arrancarle la máscara al discurso oficial. La marcha de la llamada Generación Z en todo México, incluido San Luis Potosí, es uno de ellos. Un movimiento que, según sus promotores digitales, sería juvenil, espontáneo, apartidista y horizontal, terminó siendo protagonizado principalmente por adultos, opositores de coyuntura, ciudadanos hartos y algunos grupos que llevan años autoproclamándose neutrales mientras coquetean con la política según les convenga.

En San Luis Potosí, la historia no fue distinta. Los colectivos que se autodefinen apartidistas y que llevan años jurando que no sirven a ningún interés político aprovecharon el momento para subirse al tren del descontento. Convocaron, marcharon y posaron para la foto. Nada nuevo. La incongruencia generacional también estuvo presente; muy pocos jóvenes reales, muchos perfiles mayores que encontraron en la etiqueta «Gen Z» una oportunidad para volver a sentirse parte de un movimiento fresco, aunque el promedio de edad superara sin problema los 35 años.

Más allá de la estética y las narrativas, lo verdaderamente grave está en otro lado, la represión y el caos que terminó marcando la jornada en la Ciudad de México. Al menos 120 heridos, 100 policías y 20 civiles, 40 detenidos, periodistas agredidos, equipo decomisado y escenas que recuerdan a épocas que el país se niega a superar. El mensaje generacional quedó opacado por las imágenes de escudos, gas, golpes y detenciones irregulares. Y cuando una protesta termina así, el problema no es de quienes marchan; es del Estado que no sabe o no quiere contener sin reprimir.

Frente a todo esto, la presidenta Claudia Sheinbaum se lanzó con un llamado a la paz, a la unidad y al respeto. Un discurso pulcro, casi religioso, en tono morenista-moralizante, que contrasta con un país donde la violencia no disminuye ni con mañaneras, ni con llamados zen, ni con hashtags. Hablar de pacifismo cuando México vive una crisis de inseguridad inédita suena, al menos, desconectado. A veces, incluso, cínico.

Decirle a la gente que proteste sin molestar mientras el país se desangra es como pedirle al fuego que ilumine sin calentar. La presidenta insiste en que la manifestación fue infiltrada, manipulada, digitada por bots o instrumentos de la oposición. Puede ser cierto en parte; en México, los oportunistas nunca faltan, pero también es cierto que miles de personas, jóvenes o no, salieron a las calles porque están hartas. Ese hartazgo no se fabrica con hashtags, se fabrica con impunidad, corrupción y violencia cotidiana.

La paradoja es que un movimiento que quiso presentarse como un grito generacional terminó evidenciando algo más profundo, la fractura social que vive el país, la incapacidad del gobierno para absorber el descontento y el creciente abismo entre la narrativa oficial y la realidad.

Y en San Luis Potosí, como en todo México, el mensaje es el mismo: la protesta ya no es un asunto de moda juvenil, sino una válvula de escape social que se activa cuando la clase política insiste en ver el país desde el espejo retrovisor de sus propios intereses.

Cavilaciones:

Primera: El secretario general de Gobierno, Lupe Torres, se dejó ver el sábado en el restaurante La Güera, de Tatanacho. El poderoso funcionario llegó en modo papá, acompañado de su esposa, la vicefiscal, Xitlálic Sánchez y de sus bebés. Este felino le otorga una estrellita al multiocupado funcionario que se da tiempo para convivir con la familia.

Segunda: La comunidad universitaria no tuvo un muy buen fin que digamos, pero parece que a partir de hoy gobierno y UASLP rompen lanzas. Que sea para bien ¡Miau!

Tercera: Patricia Aradillas llega a Villa de Pozos con buenos bríos, pero con los mismos grillos que los partidos impusieron como concejales.  Por lo pronto, debe reordenar el equipo de trabajo, darle las gracias al secretario René Oyarvide, que ha demostrado poca capacidad para el cargo y, luego, tiene que rogar a Dios para que haga el milagro de que los concejales asistan a trabajar. Este felino piensa que no podrá hacer mucho, pero donde manda capitán, no gobierna marinero.

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