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La fuerza invisible de la bondad

Cada 13 de noviembre, el mundo celebra el Día Mundial de la Bondad, una fecha que nos recuerda algo esencial, aunque a veces olvidado: la capacidad humana de hacer el bien, no por obligación ni por interés, sino por una genuina conexión con el otro. En un tiempo marcado por la prisa, la competencia y el individualismo, hablar de bondad puede parecer ingenuo. Sin embargo, desde la psicología, la bondad es mucho más que un gesto moral; es una práctica transformadora con un profundo impacto tanto en quienes la reciben como en quienes la ejercen.

Ser bondadoso no implica negar los conflictos o vivir en permanente entrega. La bondad, en su forma más pura, es una actitud consciente que combina empatía, respeto y compasión. Es mirar al otro como un ser digno de comprensión, incluso en medio de las diferencias. Los estudios en psicología positiva han mostrado que los actos de bondad activan en el cerebro las mismas áreas relacionadas con la gratificación y la felicidad. Cuando somos amables, liberamos dopamina, oxitocina y serotonina, neurotransmisores que no solo elevan el ánimo, sino que fortalecen el sistema inmunológico y reducen el estrés. En otras palabras: ser buenos nos hace bien.

Pero la bondad no se limita al beneficio personal. Tiene un efecto contagioso. Un gesto amable puede desencadenar una cadena de comportamientos positivos que se propagan en el entorno. Un saludo sincero, una palabra de aliento o una muestra de paciencia pueden cambiar el tono de un día, e incluso alterar la manera en que alguien percibe el mundo. A nivel social, los espacios donde se cultiva la bondad (familias, comunidades, lugares de trabajo) tienden a ser más cooperativos, resilientes y saludables emocionalmente.

Sin embargo, ejercer la bondad también requiere valentía. En una cultura donde muchas veces se confunde la amabilidad con la debilidad, ser bondadoso implica ir contra corriente. Significa elegir la empatía cuando es más fácil juzgar, y responder con calma cuando el entorno empuja a reaccionar con hostilidad. Esta elección consciente fortalece la autoestima y la coherencia interna, porque al actuar desde la bondad, actuamos alineados con nuestros valores más profundos.

Practicar la bondad hacia los demás es importante, pero también lo es aprender a ser bondadosos con nosotros mismos. La autocompasión (esa capacidad de tratarnos con ternura en lugar de crítica) es una de las formas más poderosas de bienestar emocional. Quien se trata con amabilidad puede equivocarse sin derrumbarse, y puede ofrecer al mundo una versión más genuina y equilibrada de sí mismo.

El Día Mundial de la Bondad no debería ser solo una fecha simbólica, sino un recordatorio de que cada pequeño gesto tiene poder. En un mundo que necesita más comprensión y menos juicio, la bondad se convierte en una forma de resistencia y esperanza. Tal vez no podamos cambiar todo lo que nos rodea, pero sí podemos elegir cómo habitamos el mundo: con empatía, con humanidad y con la certeza de que cada acto bondadoso deja una huella, incluso cuando nadie lo ve.

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
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