Columnas

Solidaridad

El antídoto humano en tiempos difíciles

En un mundo marcado por crisis constantes, guerras, desplazamientos y bloqueos humanitarios como el que vive la población en Gaza, es fácil sentir que nada de lo que hagamos puede cambiar las cosas. Recientemente, el intento de la Flotilla Global Sumud de llevar ayuda a Gaza fue interceptado, bloqueando no solo el paso de alimentos y medicinas, sino también el símbolo más poderoso de la humanidad: la solidaridad activa.

Este tipo de eventos tienen un fuerte impacto colectivo. Nos generan tristeza, impotencia, rabia. Pero también pueden ser un llamado a la empatía profunda, esa capacidad tan humana de ponernos en el lugar del otro y sentir que el dolor ajeno no nos es ajeno del todo.

La solidaridad, en este contexto, no es solo una respuesta moral: es una necesidad psíquica. Cuando ayudamos, cuando tendemos la mano, cuando compartimos aunque sea un poco de lo que tenemos, estamos también sanando algo dentro de nosotros. Numerosos estudios en psicología social muestran que el altruismo, lejos de ser una carga, genera bienestar emocional. Sentirse útil, formar parte de una causa mayor, incluso donar tiempo o recursos a distancia, produce una sensación de propósito que es profundamente reparadora.

Frente a la magnitud de las crisis humanitarias, uno puede caer en la trampa del “yo no puedo hacer nada”. Pero eso no es cierto. No todos podemos subirnos a un barco rumbo a Gaza, pero todos podemos poner un grano de arena: informándonos, compartiendo historias reales, apoyando económicamente a organizaciones confiables, escribiendo a nuestros representantes para exigir acción diplomática, o simplemente educando a quienes nos rodean sobre lo que está pasando.

Recordemos que la indiferencia se aprende, pero la compasión también. Por eso, nuestras pequeñas acciones tienen un efecto multiplicador. Un acto de solidaridad puede inspirar a otros. Una conversación puede abrir conciencias. Y un corazón comprometido puede cambiar realidades, incluso desde lejos.

El caso de la Flotilla Sumud nos deja una pregunta abierta: ¿qué tipo de humanidad queremos construir? Una donde el sufrimiento ajeno nos resulta lejano y tolerable, o una donde incluso cuando las fronteras nos separan, los valores fundamentales (como la vida, la dignidad y la justicia) nos unen.

Hoy más que nunca, en lugar de desconectarnos del dolor global, necesitamos reconectar con nuestras capacidades humanas más esenciales. La solidaridad no es un lujo, ni una opción: es la expresión más clara de nuestra humanidad compartida. Y empieza por lo pequeño: una decisión, una conversación, una contribución.

No cambiamos el mundo solos. Pero juntos, cada quien, con su parte, sí podemos hacerlo un poco más humano.

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
Número: 4881154435

Botón volver arriba