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Elucubraciones: Gallardo y Galindo, por un bien mayor

Por El Gato Filósofo

Sé que es sábado y que suelo dejarlos descansar de mí los fines de semana, pero lo que ocurre amerita mi aparición de manera extraordinaria y es que, a veces, los milagros políticos no ocurren en las urnas, sino en el lodo. Y no me refiero a los lodazales de la grilla, sino a los verdaderos; esos que dejaron las lluvias en la Huasteca Potosina, donde la tragedia obligó a la unión que la diferencia política pocas veces permite.

Ricardo Gallardo Cardona y Enrique Galindo Ceballos, dos figuras que han transitado caminos distintos, con estilos, colores y visiones a veces tan opuestos como el verde y el azul (o el rojo, si es el caso) del mapa partidista, decidieron hacer algo que, en otros tiempos, habría sonado a herejía: trabajar juntos.

No se trató de sólo posar para la foto, aunque también hubo de eso, claro, la política nunca desaprovecha un buen encuadre, pero no, en esta ocasión, la alianza tuvo un sentido real y necesario. El gobernador y el alcalde capitalino se desplazaron a la zona más golpeada por las lluvias, recorrieron comunidades anegadas, hablaron con damnificados y coordinaron apoyos. Dos liderazgos que, por un momento, dejaron de medirse el tamaño del sombrero para usarlo como escudo ante la tormenta.

La Huasteca, una región que suele recibir promesas en temporada de sol y visitas en temporada de desastre, fue el escenario donde ambos pusieron a prueba algo más que su capacidad de gestión; su disposición para dejar de lado la mezquindad política. Porque si algo nos ha enseñado la historia potosina, es que el ego suele ser más destructivo que el clima.

Gallardo, en su papel de gobernador, encabezó las acciones con apoyo de Protección Civil, las fuerzas federales y las brigadas estatales que repartieron más de veinte mil paquetes de ayuda y habilitaron refugios para los damnificados. Galindo, alcalde de la capital, se sumó sin protagonismos, aportando respaldo institucional, recursos humanos y, sobre todo, un gesto que vale más que mil discursos; tender la mano, en lugar de señalar con el dedo.

Ambos comprendieron, aunque fuera por un instante, que los colores partidistas no sirven para secar lágrimas ni levantar techos. Que cuando el agua sube, todos terminamos en el mismo nivel. Y que lo que la ciudadanía necesita no es verlos compitiendo por la atención mediática, sino cooperando para devolverle la esperanza a quienes lo han perdido todo.

Esa imagen de unidad, tan escasa como la infraestructura hidráulica en algunas comunidades, debe tomarse en serio, pues no se debe olvidar que, si algo espera la gente, es justamente eso; que los políticos dejen de pelear por quién corta el listón y comiencen a construir juntos el puente.

La Huasteca fue el escenario del desastre, pero también el recordatorio de que la política puede tener un propósito noble si se le da la gana. Y sí, puede sonar romántico, incluso ingenuo, pero no deja de ser cierto, cuando los líderes entienden que hay un bien mayor que su propio beneficio, las cosas comienzan a fluir.

Ojalá esta tregua de agua y barro no se seque con el sol de la próxima contienda electoral. Porque si algo demostraron Gallardo y Galindo en estos días, es que cuando la política se moja las manos por los demás, San Luis Potosí empieza a parecerse un poco más al lugar donde quisiéramos vivir.

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