
Duque un gato doméstico, obediente y querido— recorre con su dueño Pablo las calles del Centro Histórico como si ambos custodiaran un secreto antiguo. Se les ve avanzar al mismo ritmo: él, atento a cada indicación; Pablo, con una paciencia que delata cariño. En las fotografías que nos compartieron, Duque se enrosca en el cuello de su humano, juega, se deja guiar. Es, ante todo, un lazo de confianza hecho animal.
En el imaginario popular, los gatos naranjas cargan un simbolismo luminoso: se les atribuye buena suerte, prosperidad y un temple tranquilo. Muchos los consideran amuletos vivientes, capaces de atraer fortuna y alejar las malas energías. Son, dicen, guardianes del hogar y compañeros de camino que abren puertas invisibles a la abundancia.
Hay algo de misterio en esta dupla. Entre puestos, portales y cantera, Duque avanza como si conociera rutas ocultas. A veces mira hacia arriba, como siguiendo huellas que nadie más ve. ¿Quién protege a quién? ¿Es Pablo quien cuida a su gato o es Duque quien, con su pelaje encendido, despeja sombras y atrae luz?
Lo cierto es que, en una ciudad que late apurada, este par recuerda una verdad sencilla: las calles también se habitan con afectos. Y si a la vuelta de la esquina te encuentras a Duque, quizá sea un augurio: una señal de que la vida, de vez en cuando, se deja acariciar.
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