
El regional mexicano ha dejado de ser un género limitado a las fronteras del país para convertirse en un fenómeno cultural con impacto internacional. Con raíces en la música tradicional de los pueblos y comunidades, este estilo ha sabido transformarse con el paso de las décadas sin perder su esencia.
Durante gran parte del siglo XX, el mariachi, los corridos y la música norteña dominaron el panorama, representando la identidad nacional en fiestas, ferias y celebraciones. Estas expresiones musicales eran vistas como símbolos de orgullo y pertenencia.
Sin embargo, el cambio comenzó a notarse a finales de los años noventa y principios de los dos mil, cuando surgieron fusiones con otros géneros, desde el pop hasta la balada romántica. Grupos y solistas comenzaron a experimentar con arreglos modernos, incorporando guitarras acústicas, tuba y acordeón en composiciones más cercanas a las nuevas generaciones.
En la última década, la expansión del regional mexicano ha sido exponencial. Subgéneros como el sierreño, el corrido tumbado y la banda moderna han captado la atención de audiencias jóvenes, tanto en México como en Estados Unidos. Plataformas digitales y redes sociales han permitido que artistas emergentes alcancen cifras millonarias de reproducciones y que el género figure en las principales listas globales.
Hoy, nombres como Peso Pluma, Grupo Firme o Natanael Cano conviven con exponentes clásicos como Vicente Fernández y Los Tigres del Norte, reflejando la diversidad y dinamismo de un género que sigue escribiendo su historia. Lo que antes se consideraba música regional ha logrado romper etiquetas y consolidarse como uno de los sonidos más representativos de la cultura mexicana en el mundo.