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Elucubraciones: El mágico San Luis de los amparos

Por El Gato Filósofo

Algunos perfiles supuestamente ciudadanos y organizaciones civiles de las tierras del Potosí parecen haberse especializado en un nuevo deporte extremo; frenar el desarrollo con un amparo bajo el brazo. No importa si se trata de un parque, un puente, una vialidad o un proyecto cultural y turístico, lo importante es interponer el recurso, poner la obra en pausa y, de paso, darse un baño de pureza ciudadana. El resultado es un estado que se debate entre lo que pudo ser y lo que nunca se dejó hacer.

En la vitrina de casos emblemáticos figuran obras como el Parque de Morales, la municipalización de Villa de Pozos, el bulevard Río Santiago, la Arena Potosí, el rescate del Barrio de San Miguelito, los planes de desarrollo urbano de la capital, el puente a desnivel de El Saucito y hasta el Cristo Monumental en la Joya Honda de Soledad de Graciano Sánchez. En casi todos, como un denominador común, se asoma la mano de la asociación “Cambio de Ruta” o de grupos de vecinos que, sin pertenecer realmente a la comunidad en cuestión, siguen el mismo libreto: alegar falta de consulta, daño ambiental o afectaciones culturales. Así, aunque la consulta se haya hecho, el impacto se haya medido y las afectaciones sean más teóricas que reales, el proyecto y el desarrollo se frenan.

La pregunta es inevitable: ¿Defienden realmente el interés colectivo o lo que no quieren es que las cosas cambien? Porque si algo caracteriza a San Luis es su habilidad para disfrazar intereses personales o políticos de causas ciudadanas. No es que las obras públicas estén exentas de errores o de posibles impactos negativos; la crítica y la vigilancia son necesarias, pero la sospechosa coincidencia de que siempre aparezcan los mismos nombres y siempre terminen en los mismos juzgados, invita a pensar que hay algo más que puro altruismo ambiental o social. Estas determinaciones, lo mismo afectan al Estado como a los municipios.

Aquí es donde entra el papel de ciertos jueces, verdaderos árbitros del “no se mueve, no se toca”. Juzgadores que, con una ligereza pasmosa, conceden suspensiones definitivas como si fueran volantes promocionales, sin dimensionar que detrás de cada proyecto detenido hay beneficios para miles de personas que seguirán atrapadas en el tráfico, sin acceso a espacios públicos dignos o sin oportunidades de desarrollo turístico y económico. Parece que, para ellos, la parálisis también es un valor a proteger.

La paradoja es que, mientras se presumen guardianes del entorno y la legalidad, la ciudad sigue creciendo de manera desordenada, la contaminación aumenta y las soluciones se postergan indefinidamente. Eso sí, hay victorias en tribunales que se celebran como si el simple hecho de impedir una obra fuera un logro en sí mismo.

San Luis Potosí necesita una discusión seria sobre cómo balancear el derecho a impugnar con el derecho colectivo al progreso, porque si seguimos permitiendo que cada puente, parque o vialidad se convierta en rehén de agendas particulares, pronto no necesitaremos amparos, bastará con declarar a toda la ciudad como museo, para que nada cambie jamás. Bueno, mejor me callo, no quiero darles ideas.

Cavilaciones:

Primera. El Mirrey de la Huasteca, Gerardo Sánchez Zumaya, ha vuelto a las andadas. Su nuevo foco es la capital potosina. Vía sus redes sociales, el hombre comenzó por criticar baches, camellones llenos de basura y yerba crecida por las lluvias de julio. ¡Ahí te hablan, Christian Azuara!

Segunda: Testigos presenciales aseguran que, últimamente, se puede ver al exgobernador Fernando Toranzo ir a misa. Sí, a misa. El exmandatario más corrupto de la historia acude al templo del Divino Maestro con segunda esposa, Adriana Silos, funcionaria menor del Gobierno del Estado. Se les ve muy acaramelados y arrepentidos de todo el mal que le hicieron a San Luis Potosí. La señora Silos hasta comulga sin remordimiento alguno. Parece que robarle el marido a María Luisa Ramos la redimió de todos sus pecados ¡Miau!

Tercera: Y ya que andamos por los tejados de los exgobernadores, el mayor cleptócrata de la historia, Juan Manuel Carreras, va y viene a México como si nada. Sube a los aviones, pero ni un alma se atreve a darle un saludito. Mal educados que son los que coinciden con él. Dicen que una mentada, un vaso de agua y un saludo, no se le niega a nadie ¡Grrrr!

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