
Platicaba yo con una amiga sobre la importancia que han alcanzado los repartos de dinero en México, más que nada por la popularidad y la fuerza electoral del actual gobierno, no tanto por la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Todo ello, verán ustedes, resulta de especial interés.
Claro, la palabrería demagógica resalta una intención social, y en realidad algo se logra aquí inicialmente, pero el efecto es muy reducido. Sin duda, es menor que el que se podría alcanzar por otras vías que generan riqueza y distribución directa al crearse más empleos productivos y remunerados, con la capacidad de asignar y sostener más recursos fiscales en fases posteriores.
Aparte de las pensiones contributivas a derechohabientes del IMSS, el ISSSTE…, resultan vitales ciertos apoyos en especie y en dinero. Ahora, sin embargo, los de Bienestar sólo han reducido la enorme pobreza o la desigualdad en forma marginal y temporal, con aumentos en la pobreza extrema y desplomes en los servicios de salud y educación.
Las pensiones no contributivas fueron creadas por Fox en junio de 2002 con la Ley de los derechos de las personas adultas mayores, como parte del proceso que venía de décadas y ha sido impulsado y fortalecido a partir de Salinas con los programas de Solidaridad, Pronasol, Progresa, Oportunidades, Prospera y, se dice, Bienestar.
Fueron evolucionando en cuanto a presupuesto, cobertura, controles y efectividad, con evaluaciones y mejoras progresivas que los apuntalaban y convertían en modelos de eficacia para más de 50 países de América Latina, África y Asia que los aprovecharon.
Eso hasta los últimos años en que acá se evaporó su condicionalidad y se adoptó la universalidad en la población objetivo, en vez de estar supeditados a metas convenidas de salud, educación y alimentación, y en lugar de enfocarlos a determinados segmentos poblacionales según su pertinencia.
Son muchos los ángulos que podríamos desmenuzar y comentar aquí, por ejemplo, del reciente artículo en la revista The Economist (jul. 19), Pero en este breve espacio me concentro en algo más original y llamativo, que se presta a debate dentro de la crítica al indigno manejo de las transferencias de dinero: las duras objeciones a quienes las reciben.
No sólo se reprueba que un gobierno manipule estos mecanismos de apoyo para ganar popularidad y elecciones a fin de mantenerse en el poder, sino que algunos ven mal que los ciudadanos acepten y reciban los beneficios de políticas públicas tan torcidas.
Los esquemas de asistencia no son en sí “malos” o prescindibles, como unos parecen verlos. Se justifican plenamente en casos de damnificados, minusválidos, ancianos enfermos, madres abandonadas, jóvenes vulnerables y varios más, en la medida que estén bien estructurados y aplicados.
Igual se deben incluir aquí muchas de las pensiones de adultos mayores en un país de tanta pobreza con regímenes laborales y de pensiones tan deficientes, sobre todo en períodos de recesión e inflación.
A partir de 2019 se desbordaron sin controles básicos. Eso sí, con mayor cobertura y recursos en aumento, aunque con fines políticos en vez de objetivos precisos de empleo, crecimiento económico o cambios estructurales.
Se dan de manera un tanto indiscriminada a miembros del 82% de las familias mexicanas con una creciente erogación de 835 mil millones de pesos en 2025, que es ya muy grande y difícilmente se podrá sostener a mayor plazo. Sin una buena economía, se ahoga la perspectiva social.
Encima de que traen consigo un sacrificio de los servicios de salud y educación, crean una dependencia contraproducente y, en su mayoría, van a pobres y ricos en forma oscura e indistinta. Resulta muy negativo, pero creo que no justifica ciertas críticas a los beneficiarios.
Miren, se llega a decir que quienes reciben estas “dádivas” vienen a ser individuos indignos y sumisos, pues muchos serían comprados y utilizados por el poder, aunque no todos ellos aprueben este gobierno ni voten por su continuidad.
Y en la actual polarización, llegan a llamarlos “traidores a la patria” a pesar de que esas “migajas” les permiten completar cada mes sus necesidades básicas de alimentos y algunos medicamentos. Incluso les dicen chairos “muertos de hambre”, con lo que acaban por afianzarlos en el obradorismo.
No hay que responder a la polarización con más de lo mismo. ¡Los insultos clasistas a tantos pobres, sólo aumentan la popularidad de un régimen tramposo y opresivo!
@cpgarcieral