
A lo largo de la historia, las vacunas han sido uno de los avances médicos más efectivos para la prevención de enfermedades infecciosas. Gracias a ellas, males como la viruela fueron erradicados y otros, como el sarampión, la polio o la difteria, se han mantenido bajo control. No obstante, en la actualidad, aún persisten mitos que ponen en riesgo su aceptación y eficacia colectiva.
Entre los rumores más comunes se encuentra la creencia de que las vacunas pueden causar enfermedades graves, alterar la genética o generar autismo. Estas ideas, ampliamente difundidas en redes sociales, han sido desmentidas por la comunidad científica a través de múltiples estudios que han demostrado la seguridad de los biológicos aprobados por organismos internacionales.
Otro mito frecuente es que las vacunas solo son necesarias en la infancia. En realidad, existen inmunizaciones recomendadas para todas las etapas de la vida, incluyendo dosis de refuerzo en adultos y vacunas específicas para personas mayores o con enfermedades crónicas.
La importancia de vacunarse radica no solo en la protección individual, sino en el concepto de inmunidad colectiva: cuando un alto porcentaje de la población está inmunizado, se reduce significativamente la posibilidad de transmisión, protegiendo así a quienes no pueden vacunarse por razones médicas.
Durante la pandemia de COVID-19, el debate sobre las vacunas cobró especial relevancia. Aunque millones de personas en todo el mundo recibieron sus dosis, también se observaron resistencias que, en algunos casos, contribuyeron a nuevas olas de contagio. Esta experiencia evidenció la necesidad de fortalecer la educación en salud y combatir la desinformación.
Vacunarse es un acto de responsabilidad social. Más allá de proteger a quien la recibe, ayuda a contener brotes, evitar hospitalizaciones y reducir muertes prevenibles. En un mundo cada vez más interconectado, mantener altas coberturas de vacunación es esencial para enfrentar nuevas y viejas amenazas sanitarias.