
Durante siglos, la muerte marcó el límite definitivo entre los vivos y los muertos. Pero eso está cambiando. Con el avance de la inteligencia artificial generativa, ha surgido la posibilidad inquietante —y fascinante— de conversar con los fallecidos a través de “fantasmas digitales”: agentes conversacionales que simulan la voz, los recuerdos y la personalidad de una persona que ya no está.
Según un estudio presentado en la conferencia CHI 2025 por Meredith Ringel Morris y Jed R. Brubaker, estos “fantasmas generativos” ya existen de forma experimental y comercial. No repiten grabaciones; generan respuestas nuevas, adaptativas, y pueden ofrecer consejos, opiniones e incluso evolucionar tras la muerte de su referente humano.
Ejemplos como Fredbot, creado por Ray Kurzweil a partir de cartas de su padre, o Roman, basado en mensajes de texto de un amigo fallecido, muestran cómo el duelo, la memoria y la tecnología se entrelazan. Empresas como Re;memory y HereAfter permiten crear avatares interactivos con entrevistas grabadas en vida.
Este fenómeno plantea múltiples dilemas. Aunque pueden brindar consuelo y preservar legados, también podrían interferir con el proceso de duelo, generar dependencia emocional o ser manipulados con fines maliciosos. Los riesgos legales y éticos son enormes: desde la revelación de secretos no deseados hasta la suplantación digital.
Más allá del consuelo, los fantasmas digitales abren nuevas posibilidades culturales, educativas y económicas. Pero también obligan a repensar el significado de la muerte, el recuerdo y el legado.
La tecnología está comenzando a cambiar no solo cómo vivimos, sino cómo morimos y seguimos presentes. El desafío ahora es diseñar con sensibilidad y conciencia. Porque quizá la pregunta no es si podemos crear fantasmas digitales, sino si debemos hacerlo.
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