
El hielo se ha convertido en uno de los remedios caseros más populares para calmar el dolor de garganta. Cuando la molestia aparece, muchas personas recurren a chupar cubos de hielo o consumir alimentos fríos, convencidas de que proporcionan alivio rápido.
Diversos especialistas en otorrinolaringología y medicina interna confirman que el frío sí puede mitigar la sensación dolorosa, aunque de forma pasajera. Al aplicarlo, se produce un efecto analgésico y antiinflamatorio local: el descenso de la temperatura reduce el flujo sanguíneo en la zona inflamada y adormece las terminaciones nerviosas. La doctora Carla Ramos subraya que esa combinación de vasoconstricción y anestesia superficial explica por qué, tras unos minutos, la garganta duele menos.
Además del efecto sobre los vasos y los nervios, chupar hielo ayuda a mantener la zona hidratada, lo que disminuye la irritación provocada por la sequedad. Sin embargo, esta medida actúa solo sobre los síntomas y no resuelve el origen del problema, ya sea una infección viral o bacteriana, una alergia o el reflujo gastroesofágico. El uso excesivo puede incluso agravar la irritación, por lo que se recomienda moderación y combinar el frío con otras pautas médicas cuando sea necesario.
En patologías como la faringitis estreptocócica o la amigdalitis, el alivio que aporta el hielo debe complementarse con el tratamiento prescrito por un profesional, normalmente antibióticos. Alimentos fríos como las paletas y el helado pueden ofrecer un efecto similar, siempre que no contengan ingredientes irritantes. De hecho, tras cirugías como la amigdalectomía, los médicos suelen aconsejarlos para calmar la zona intervenida.
En síntesis, el hielo es un recurso útil para amortiguar temporalmente la molestia, pero no constituye una cura definitiva. Si el dolor se prolonga por más de tres días, aparece fiebre alta o surgen dificultades para tragar, es indispensable acudir a un especialista para recibir diagnóstico y tratamiento adecuados.