
Aunque no muchas personas son fanáticas de beber agua mineral, existen estudios que demuestran que esta bebida tiene beneficios para las personas; el principal aporte es su capacidad de reponer líquidos y electrolitos perdidos (calcio, magnesio, bicarbonato y potasio) en proporciones que superan al agua del grifo. Según la dietista clínica Molly Heeney, citada por Banner Health, esto la convierte en una buena opción tras el ejercicio o en climas extremos, siempre que la persona no deba restringir sodio o potasio.
¿Mejora la digestión y la saciedad?
Un metaanálisis divulgado por BMJ Nutrition, Prevention & Health señala que el agua con gas “estimula la secreción de ácidos gástricos y favorece la deglución”, lo que explica la sensación de alivio en casos de dispepsia o estreñimiento. Además, el gas acelera la sensación de saciedad, factor que varios estudios asocian con una ligera pérdida de peso cuando se sustituye por refrescos azucarados.
Corazón y huesos: efectos prometedores, no definitivos
La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) mexicana destacó este mes que las versiones ricas en magnesio y calcio “pueden favorecer la presión arterial normal y la mineralización ósea”, si bien aclara que aún no hay consenso para recomendarla como tratamiento preventivo de hipertensión u osteoporosis.
¿Cuándo puede ser contraproducente?
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Exceso de sodio: Algunas aguas superan los 200 miligramos por litro, si eres una persona con hipertensión o insuficiencia renal conviene optar por versiones hiposódicas.
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Potasio alto: Riesgo de hiperpotasemia en pacientes con enfermedad renal crónica.
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Gas y gastritis: El CO₂ puede agravar la hinchazón en personas con síndrome de intestino irritable.