
Por fin, la tormenta cedió, al menos la política. Luego de meses de intercambio de dardos verbales, insinuaciones ácidas y una guerra fría disfrazada de institucionalidad a través de declaraciones mediáticas, el gobernador del Estado, Ricardo Gallardo Cardona, y el alcalde de la capital, Enrique Galindo Ceballos, han optado (por necesidad o sensatez) por una tregua. La reconciliación, tan simbólica como pragmática, se da en un momento crítico; las recientes lluvias han puesto a prueba la infraestructura de la ciudad, la capacidad de respuesta de las autoridades y, sobre todo, la voluntad de colaborar por encima de los agravios.
Es irónico que lo que no logró la política, lo haya exigido la lluvia. Las calles anegadas y los reportes ciudadanos se convirtieron en un espejo incómodo. La confrontación ya no tenía espacio frente a la emergencia. La ciudadanía, cansada del espectáculo mediático, no quiere ver más culpables, sino soluciones. Así, en una escena que se venía imposible, gobernador y alcalde compartieron espacio, discurso y, según ha trascendido, propósito.
Desde luego, hay quienes no están contentos con esta reconciliación y es que, tras este gesto de cordialidad, comenzó a circular una encuesta telefónica peculiar. Sin identificarse, la llamada lanza sólo dos preguntas al aire. La primera ¿Cree usted que Gallardo y Galindo se llevan bien? La segunda ¿Cree usted que se llevan mal? No se pide opinión sobre sus políticas, su desempeño o la respuesta a las lluvias. Sólo interesa medir la percepción de su relación personal. Es un termómetro tan simple como revelador. La política potosina, reducida a un chisme de vecindario; ¿Se pelean o ya se contentaron?
Este tipo de ejercicios evidencian la persistente tentación de convertir la vida pública en una telenovela de suspenso, donde los protagonistas cambian de bando con cada capítulo y el guion parece escrito por estrategas de imagen, más que por necesidades reales. Mientras tanto, los ciudadanos que sí se mojaron, que sí perdieron pertenencias, que sí esperaron auxilio, son espectadores obligados de esta tragicomedia, del vodevil de a centavo que ya ni produce gracia.
¿Debe celebrarse la tregua? Sí, pero con mesura, porque la reconciliación no es un acto de voluntad espontánea, sino una obligación institucional. Gobernador y alcalde tienen mandatos distintos, pero comparten territorio, problemas y responsabilidades. Y si la cizaña mediática sirvió alguna vez para apuntalar agendas políticas, hoy sólo estorba frente al bien común.
Que las lluvias sirvan de lección; la coordinación no es un lujo, es una exigencia y si, este nuevo capítulo de cooperación es real, será el tiempo, y no las encuestas disfrazadas, quien lo confirme.
Cavilaciones:
Primera: Ruth González Silva va de nuevo a Washington. Encabeza la Comisión de Relaciones Exteriores para América del Norte en el Senado de la República. Los senadores mexicanos van a tratar de impedir que se apruebe el impuesto de 3.5 por ciento que ya fue aprobado en la Cámara de Representantes y espera su destino en la de Senadores. Los legisladores aztecas esperan convencer a sus homólogos estadounidenses de que rechacen el gravamen. Ojalá que lo logren.
Segunda: En la narrativa del presidente municipal capitalino, Enrique Galindo Ceballos, apareció, esta semana, la palabra «transformación». Al edil se le ve muy activo impulsando a la senadora del PAN, Verónica Rodríguez, para que se afiance en la dirigencia del partido, pero todo parece indicar que se están cocinando dos sopas ¡Miau!
Tercera: A todos los que traen vidrios polarizados en sus vehículos, a ver si se van poniendo en orden. Se supone que están prohibidos, así que, si los atora un agente de Tránsito, procuren tener un guardadito para la multa ¡Grrr!