Su nombre ni siquiera importa, importa el hecho de que es una niña, importa el hecho de que no celebrará como muchos otros porque, aunque es una reina, su reino no va más allá de montones de basura que disfrazan una enorme carencia, una desigualdad que la acecha como el peor de los monstruos que alguien pudiera imaginar.
Su rostro es como el de muchos otros que no conocen de fechas ni celebraciones por lo que este Día del Niño no espera regalos ni fiestas con dulces o payasos. Se sentirá feliz si tiene algo de comer, si logra ver a sus padres sonriendo, si tiene la oportunidad de jugar con cualquier cosa que encuentre.
Pese a todas las adversidades tiene sueños y quiere ser alguien de bien en la vida. A veces, cuando se cansa de la realidad, imagina que un viejo tablón es la pizarra del salón de clases, no hay pupitre, pero improvisa un asiento con cubetas rotas, se apoya en las piernas y deja que su lápiz corra entre las hojas amarillas de algún cuaderno reciclado. Así se cultiva, así estudia, así desarrolla sus habilidades y así intenta escapar de las cadenas que la marginan y que se empeñan en atarla a una vida que no le ofrece otra cosa más que deseos y un sinfín de cosas que difícilmente se podrán cumplir.
Su nombre ni siquiera importa, importa el hecho de que es una niña, importa el hecho de que no celebrará como muchos otros porque, aunque es una reina, su reino no va más allá de montones de basura que disfrazan la enorme desigualdad en la que viven miles de niños potosinos porque, mientras que algunos tienen todas las comodidades para estudiar en casa, para comer cuantas veces quieran al día, hay otros que luchan por sobrevivir sin siquiera darse cuenta de la enorme batalla que enfrentan cada día.
